Que la realidad supera a la fantasía lo sabemos todos. Que los enredos más complicados, las situaciones más inesperadas, y los encuentros fortuitos más imposibles pasan, también lo sabemos. Pero nadie, pocos –parece que Bill Gates lo vaticinó en 2015– imaginaron que pudiésemos llegar a esta crisis sanitaria mundial.
La vida desde la ventana. © Alex Ivashenko Un buen día, “un bichito tan pequeño tan pequeño que no podemos verlo ni matarlo”, decía un chavalín en la tele, “apareció en China” . Que si salió de un murciélago, que si del pangolín, de un laboratorio futurista o de donde tuvo a bien, a mal –sería mejor precisar– escaparse. Y nos cambio la vida, lo hizo de forma fulminante. Y, sin embargo, poco a poco, vino para instalarse en los pulmones, y también en las costumbres, las emociones y la economía mundial.
A pesar de que el mundo esté globalizado, en un principio se pensó que China estaba muy lejos y que esas cosas solo pasan allí, el SARS, la Gripe Aviar… Pero al llamado Coronavirus, o COVID-19, también le gusta viajar en avión acompañando a sus víctimas, sin dejarse ver, sin dejar que éstas lo presientan. Y lo hace en barco, y en coche, y en tren, hasta llegar al rincón más remoto del planeta.
Venecia. © Diego Gennaro En su invasión continental eligió a Italia la bella , a Italia la única, como la elegimos todos, pero sus fines eran perversos. Los simpáticos y bulliciosos italianos tuvieron que meterse en casa. Qué triste se quedó la Piazza Navonna y la Catedral de Milán y hasta Romeo y Julieta que, en su Verona natal y mortal, no entendían nada de lo que estaba pasando. Los peces y los pájaros de Venecia fueron quizás los únicos en alegrarse, teniendo unos canales más limpios de lo que nunca hubieran soñado para ellos solitos.
El virus pasó olímpicamente de la política, pasó de la religión y hasta lo hizo de la ciencia, pues a todos los dejó perplejos e ignorantes ante tamaño ataque del más pequeño de los seres.
No contento con Italia, el Coronavirus, o el Virus Chino como diría Trump, siguió ruta y lo hizo por los cinco continentes. En unos con más lentitud y en otros con ira como es el caso de España, hasta se dice que le gusta el Mediterráneo para instalarse con saña en sus habitantes.
Días de reflexión. © Engin Akyurt Se cierran las puertas y se abren las ventanas La gente empezó a temerle, pero poco, que si es como una gripe, que si están exagerando… Alguna que otra mascarilla por aquí, “no me des tantos besos que no hace ninguna falta” . De repente, el cierre y el silencio. Todo el mundo a casa, #yomequedoencasa, se convirtió en el hashtag de España. Poco antes, colas kilométricas se alineaban en los supermercados. El famoso papel higiénico que se termina, las patatas, la leche… Los dependientes del establecimiento observan atónitos el espectáculo del principio de lo que parece el fin del mundo. Se cierran los colegios, los niños a casa, y se abren las ventanas todos los días a las 8 de la tarde para agradecer a la Sanidad sus extraordinarios méritos.
Y en apenas diez días la vida es eso. ¿Habíamos tomado cañitas en los bares al terminar el trabajo? ¿Habíamos viajado alguna vez? ¿Nos habíamos besado y abrazado hasta estrujarnos?
Se teletrabaja, como si se hubiera hecho toda la vida, se mira al vecino con sospecha por haber salido más de dos veces a tirar la basura o pasear al perro, “que suerte que tienes perro” . Se conoce más íntimamente, “a dos metros de distancia” , a aquellos con los que se ha vivido pared con pared toda la vida, y de los que apenas se sabe su nombre. El día es largo, pero tiene su disciplina.
Trabajo y conciliación, el gran hándicap. © Charles Deluvio Nunca he limpiado tan a fondo, ni arreglado tantos armarios, hasta he leído un par de libros y aprendido recetas nuevas. Y lo más curioso de todo es que hablo por teléfono, no whatsapp, ¡teléfono con gente de la que hacía años no sabía nada de nada! Y le cuento a mi familia anécdotas que jamás se me hubiera ocurrido contar, pues ni yo tenía tiempo para hacerlo, ni ellos para escucharme.
Y se abren nuevas ventanillas al alma de esas personas de las que se creía saberlo todo, y, en realidad, no se sabía casi nada. “¿Te acuerdas de aquel día que fuimos a tal sitio, y nos cayó una tormenta estrepitosa y acabamos conociendo otro distinto, y comimos aquí, y bailamos allá y lo pasamos bomba?”
Nos quedamos en casa. © Jessica Rockowitz Y como no se puede compartir la mesa, o el bar, se brinda por Facetime , se ríe por Facetime y se mira por Facetime. “Ponme un whatsapp cuando me vayas a teleobservar para que me pinte, me peine, para que me ponga la cara, vamos… “. Y Carmen, la monitora de Pilates, muestra a los vecinos la tabla desde su terraza para que no se abandonen.
A los críos, los abuelos les leen Los hijos del Capitán Grant o La isla del tesoro por Facetime, y el chiquitín corre a coger una lupa para ampliar en la pantalla el mensaje que encierra la botella que estaba a su vez encerrada en el estómago del tiburón. Apunta el mensaje diciendo que cuando logre descifrarlo se incorporará de nuevo a la pantalla para compartir su descubrimiento.
“Hay que tomar el sol”. Dicen que nos vamos a quedar sin vitamina D en este encierro. Por la mañana da el sol en la cocina y por la tarde en el salón. “Niños, sentaros aquí con la ventana abierta y que os de un rayito que os vais a quedar transparentes”.
“A las 8 me levanto, a las 9 hago gimnasia, a las 10 desayuno, teletrabajo, me turno con Óscar para estar con los niños, el aperitivo por Facetime, hoy he quedado con Chus y mañana a con Enrique. A ver que pongo, no vaya a repetir el menú, luego llega la hora de comer. ¡No se os ocurra encender la televisión! Estoy hasta la coronilla del Coronavirus. Una siesta, vuelta a teletrabajar, una videoconferencia con los primos, –me pondré el jersey azul que es el que más favorece en pantalla– y a prepararse para el momento esperado del día”.
Y la primavera sigue su curso… © Sergey Shmidt Se abren las ventanas, se escuchan las palmas más que merecidas por los héroes que luchan contra el “bichito chiquitito” . RESISTIRÉ resuena por toda la calle, llega a todas las ventanas. Se asoma al balcón aquel chaval al que siempre se le veía con prisas tocando A mi manera y resulta que es un trompetista de primera. Mi Querida España emana de otro balcón, brota grave y alto de la garganta de una joven que antes del Coronavirus, en aquella otra vida, decía un “hola ” que apenas se escuchaba en el ascensor.
El primer día salir a la ventana es emocionante, el segundo alegre, pero según pasan las semanas, la alegría se vuelve tristeza, y se abren menos ventanas que guardan luto puertas adentro. La primavera sigue su ritmo y empiezan a salir las primeras lilas, las primeras rosas, y el aire se perfuma de jazmín. Y sólo puedo repetirme: “esto pasará”.