No todo lo que sucede en un viaje es positivo, a veces nos enfrentamos a situaciones complejas y desconocidas difíciles de manejar cuando nos encontramos fuera de casa. Sania Jelic, que se encuentra viajando sola por Asia desde hace varios meses, nos relata en este artículo cómo ha vivido en primera persona el fenómeno conocido como travel burnout y cómo lo ha afrontado.
Sania se encuentra realizando un viaje por Asia con todo tipo de actividades, como hacer kayak en el río Mekong. © Sania Jelic Ni siquiera tenía fuerzas para llorar. Eran las diez de la noche y acababa de aterrizar en Kuala Lumpur tras un vuelo de tres horas que más bien había sido una batidora. Exhausta, me dispuse a rellenar el registro de entrada cuando me di cuenta del desastre: había comprado el siguiente billete para un destino equivocado.
Quería ir a Sorong, en Indonesia, para bucear en Raja Ampat. Pero en algún momento de mi agotamiento, adquirí un billete a Sandakan, en Malasia, donde hay santuarios de orangutanes. El siguiente vuelo salía a las siete de la mañana, pero no tenía absolutamente nada organizado en ese destino. Ni alojamiento, ni idea de qué zona sería la mejor, ni la aplicación para el taxi, ni moneda local. Y, lo peor de todo: no tenía ni una pizca de energía para resolverlo.
Opté por lo más sencillo. Me quedé a dormir en un hotel del aeropuerto.
Al llegar al hotel me recibió una habitación con una cama grande y sábanas limpias, baño impoluto con agua caliente, buenas vistas, wifi decente y hasta una máquina para calentar agua y hacer café. Me quedé ahí. Ese día y los diez siguientes. Salía sólo para buscar comida en un local cercano. Menos mal que no fui a bucear…
Sania Jelic ha parado a descansar en su viaje sola por Asia en Kuala Lumpur. El agotamiento de viajar Jamás me había sentido así. Más que cansada, estaba harta. Harta de tomar decisiones constantes. Lo único que quería era quedarme en mi habitación, leer, ver series y dormir. Nada más.
Intenté describir lo que sentía y me di cuenta de que las palabras que usaba eran las mismas con las que se define el «burnout » laboral. Entonces busqué información. Resulta que esa sensación tiene un nombre: travel burnout o hartazgo de viajar. Y no soy la única que lo ha experimentado.
Cuando se llega al bloqueo mental por ‘travel burnout’ sólo apetece descansar. Este agotamiento es común en viajes largos, sobre todo si son dinámicos e implican cambios constantes de país, ciudad y medio de transporte. Es aún más intenso cuando se viaja sola y hay que ocuparse de absolutamente todo. Decidir a cada momento dónde ir, cómo llegar, dónde dormir, qué comer, qué visitar, dónde cambiar dinero… Una sobrecarga de decisiones, sumada a la interacción permanente con entornos culturales distintos, nuevos alfabetos, idiomas desconocidos, otros viajeros y costumbres diferentes.
En un solo tramo de viaje de dieciocho días, cambié de alojamiento nueve veces y utilicé ocho medios de transporte distintos. Es agotador solo de pensarlo. No me di cuenta de lo saturada que estaba hasta que fue demasiado tarde.
Los primeros síntomas: el desencanto El travel burnout no llega de golpe. Es progresivo y difícil de detectar. Ahora, al mirar atrás, veo que las señales estaban ahí. Lo primero que noté fue que dejé de emocionarme al visitar templos. Habré visto más de cien en este viaje. En algún momento, todos empezaron a parecerme iguales. «Se me pasará cuando llegue a un sitio realmente espectacular», pensé.
Pero no pasó. Ni siquiera el buceo me emocionaba como antes. «Otro pez más», me decía. Claro, no eran las mejores inmersiones de mi vida, pero en otras circunstancias habría disfrutado igual. No le di importancia.
Tampoco descansé en el retiro de yoga al que asistí. Me quedé seis noches en el mismo sitio, el entorno y la gente eran maravillosos, pero la actividad era demasiado intensa para mi agotamiento acumulado. Además, no estaba cerca del mar, así que decidí no quedarme más tiempo y buscar descanso en otro lugar.
En viajes muy largos, y más si se viaja sola, se puede experimentar ‘travel burnout ‘. Entonces llegué a una pequeña isla en Indonesia, con la idea de recuperarme antes de ir a bucear. Pero el clima era desastroso: lluvias torrenciales, árboles caídos, cortes de electricidad y tráfico marítimo suspendido. Todo estaba paralizado y el pronóstico anunciaba que seguiría así. Me agobié tanto que, en cuanto tuve un momento con electricidad y wifi, compré un billete de avión para irme de allí cuanto antes. Y me sucedió lo que he contado antes, me equivoqué de destino al reservar. Para ese momento, mi mente ya estaba pasada de rosca.
Cuando el cuerpo y la mente dicen basta El travel burnout es difícil de reconocer porque llega de forma gradual. Pero cuando el cuerpo y la mente ya no pueden más, lo dejan claro.
Antes de empezar este viaje, me prometí a mí misma que cada mes haría una parada de una semana en un Airbnb con cocina para descansar. Pero nunca encontré un lugar lo suficientemente bonito, adecuado o interesante como para detenerme. Así que seguí avanzando. Hasta que mi cuerpo y mi mente dijeron: «Basta. No más decisiones».
Y mientras estaba en la habitación del hotel de Kuala Lumpur, mirando las Torres Petronas desde la ventana, descansando, pensaba: ¿Habré aprendido la lección? ¿Sabré gestionar esto mejor en el futuro? Espero que sí.
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