Si hay un lugar que hay que visitar de forma obligatoria en un viaje a Bilbao es el Museo Guggenheim. Este singular edificio de Frank O. Gehry, que se asoma imponente a la ría con ese perfil que lo hace único, ofrece una experiencia que va más allá de la meramente artística y que combina a la perfección con la animada vida del Casco Viejo. No te lo pierdas en tu próximo viaje con amigas a la capital vizcaína.
Fachada de la ría de Bilbao del Museo Guggenheim. © Susana García Dicen que el arte es transformador y, aunque esa definición suele referirse al yo más íntimo, en Bilbao ha trascendido a una ciudad entera. El Museo Guggenheim ha sido motor de cambio en Bilbao desde su inauguración en 1997 y no sólo por su perfil contemporáneo y reluciente, también por dinamizar la ciudad con su atractiva propuesta artística y por renovar el entorno que lo rodea. De hecho, se conoce en todo el mundo la expresión “efecto Guggenheim” para describir el impacto regenerador que un museo puede tener sobre una ciudad, aunque no hay ningún lugar donde este proceso se haya dado con tal intensidad. Va a ser verdad el tópico de que en Bilbao todo sucede a lo grande.
Una apuesta por la cultura Cuando la idea de que Bilbao fuera la sede de un nuevo museo Guggenheim comenzó a tomar forma en 1991 lo hizo con el propósito de transformar la ciudad, pero nadie se esperaba hasta qué punto lo haría. Bilbao se encontraba en una compleja situación económica y social. Y esta apuesta audaz respondió con cultura a la desindustrialización, que había dejado muchas zonas portuarias abandonadas, a la contaminación y al desempleo.
En su día, esta apuesta del Ayuntamiento de Bilbao y el Gobierno Vasco, en un momento de crisis absoluta, no fue entendida por parte de los habitantes de la ciudad, pero los datos comenzaron a hablar por sí solos desde el principio: se estimaban 500.000 visitantes al año y ya en el primero se superó el millón. A fecha de hoy, el museo ha recibido más de 25 millones de visitantes y ha generado un impacto económico superior a los 3.000 millones de euros, según datos del Gobierno Vasco. Y no hay bilbaíno con el que te encuentres que no hable orgulloso de su museo.
‘Soft Shuttlecock’ de Claes Oldenburg & Cose Van Bruggen, una de las piezas temporales de la colección del museo. © Susana García La marca de Frank O. Gehry El arquitecto canadiense-estadounidense Frank O. Gehry fue el encargado de diseñar el museo. Fiel a su estilo, planteó una estructura innovadora y provocadora en su exterior con un interior que combinara salas más convencionales con otras de formato irregular.
El edificio está revestido con 33.000 planchas de titanio, un material que no fue la primera elección, pero que, gracias a una caída en su precio en los años noventa, se volvió viable para este proyecto. ¿El motivo de utilizarlo? Su resistencia y capacidad para reflejar la luz de forma cambiante: el Guggenheim brilla en tonos dorados o plateados, según salga el sol o llegue la lluvia, algo que llena de matices a este espacio en una ciudad con un clima tan variable como Bilbao.
Los otros materiales presentes en el Guggenheim son la piedra caliza y el cristal, que ayudan a integrar el edificio en el entorno urbano e industrial de la ciudad. En palabras del propio Gehry, el edificio debía “dialogar con el pasado industrial, pero señalar al futuro”.
Interior del Museo Guggenheim Bilbao. © Susana García El Puente de La Salve Uno de los elementos más sorprendentes es la ubicación. El museo se construyó en una antigua zona industrial junto a la ría del Nervión, y se integra con el Puente de La Salve, una estructura de los años 70 que Gehry, inicialmente reticente a su presencia, terminó abrazando como parte del diseño y dándole un significado nuevo. Hoy en día, un gran arco rojo —obra del artista francés Daniel Buren— cubre parte del puente, proporcionándole una nueva dimensión estética que se acompaña con grandes murales de street art bajo el puente.
El espacio interior del Guggenheim El museo no solo debía ser un icono visual, sino también funcional. Gehry diseñó un enorme atrio central bañado de luz natural, alrededor del cual se distribuyen tres niveles de galerías. Grandes cortinas de cristal y estructuras visibles en vidrio, como escaleras y ascensores, ayudan a la orientación de los visitantes, generando una experiencia intuitiva y abierta.
El interior del museo responde a una intención clave de Gehry: que el edificio y las obras de arte se complementen. La luz natural inunda muchas salas, aunque en exposiciones temporales sensibles (como obras sobre papel) se utilizan sistemas de oscurecimiento y lucernarios orientados para evitar el daño.
Incluso los materiales elegidos para las superficies interiores, como la piedra caliza traída de Granada, fueron seleccionados cuidadosamente para aportar calidez sin competir con las obras expuestas.
La fluidez del espacio también es fundamental. Hay pocas puertas cerradas: la mayoría de las salas se conectan visual y físicamente, generando un recorrido continuo. Desde los balcones del museo es posible contemplar algunas esculturas desde arriba, ofreciendo una perspectiva escultórica y arquitectónica al mismo tiempo.
‘Tulips’ de Jeff Koons, una de las obras emblemáticas del museo. © Susana García ¿Qué ver en el Museo Guggenheim? El museo cuenta con una interesante colección permanente centrada en dos pilares claros: por una parte, es un museo norteamericano y eso se nota en la selección de obras y autores. Y, por otra, esa vocación internacional se complementa con un claro apoyo a los autores locales. Gran parte de las compras de obras del museo se destinan a artistas locales o vascos, y muchos de ellos han visto impulsadas sus carreras gracias a la institución. Para completar esta colección permanente el museo apuesta también por exposiciones temporales de gran calidad.
Exposición permanente de Richard Serra Conocida como “La materia del tiempo”, esta enorme instalación de acero cortén que evoca las antiguas estructuras industriales de Bilbao ocupa uno de los espacios más destacados del museo, la sala ArcelorMittal, a la que Gehry llamó “sala del pez” por su curiosa forma, que tiene unas dimensiones acordes a la obra de Serra: 130 metros de largo por 25 de alto. Las enormes piezas curvas de la exposición de Serra permiten al visitante caminar entre ellas, generando sensaciones de orientación, desorientación, recogimiento y sorpresa. Esta exposición puede verse desde otra perspectiva desde un balcón de la primera parta.
Exposición permanente «La materia del tiempo» de Richard Serra. © Susana García Obras singulares de la colección permanente La colección permanente de Guggenheim Bilbao alberga una selección de piezas clave en el arte posterior a la Segunda Guerra Mundial, algunas de ellas ubicadas en inmensos y luminosos espacios que aportan un perfecto marco arquitectónico. Las salas se dedican a un único artista o a un grupo de artistas que comparten una inquietud determinada. Así, en una sala se encuentran obras de artistas norteamericanos como Lichtenstein, Koons, Holzer y Warhol para abordar los lenguajes artísticos que se abordaron entre 1960 y 1980. Y otras se dedican en exclusiva a un único artista, como la que acoge la escultura contemporánea Mar creciente , del artista africano El Anatsui, la última adquisición del museo; o la dedicada al gran mural del artista conceptual Sol Lewitt.
Mural de Sol Lewitt en el Museo Guggenheim. © Susana García El exterior del museo El Guggenheim no es sólo el edificio de titanio, también forma parte del museo el espacio que lo rodea y que destaca por la presencia de obras de arte al aire libre. Así, Puppy , de Jeff Koons, un enorme perro cubierto de flores que se cambian dos veces al año, lo que le convierte en una obra viva, saluda a los visitantes en la entrada principal. La otra gran obra es Maman , de Louise Bourgeois, una gigantesca araña de bronce y acero que protege una bolsa de huevos de mármol. La artista la dedicó a su madre que fue aquí representada como una figura protectora pero inquietante.
Escultura de flores ‘Puppy’ frente al Museo Guggenheim. © Susana García Guía práctica sobre el Guggenheim ¿Cómo llegar? El museo se encuentra en el centro de la ciudad, por lo que la mejor opción es llegar caminando o en transporte público (metro, autobús o tranvía). Si se llega en coche se pueden aparcar en los cercanos parkings de la plaza Pío Baroja o de plaza Euskadi.
¿Cuánto cuesta? La entrada general cuesta 15 Euros. Hay tarifa reducida para jóvenes de 18 a 26 años y mayores de 65 años de 7,5 Euros. Los menores de 18 años entran gratis. Todas las entradas incluyen audioguía.
¿Qué horario tiene? El museo abre de martes a domingo de 10 a 19 h excepto en Semana Santa y verano que cierra a las 20 horas. Algunos lunes permanece abierto, lo mejor es consultar en la web.
¿Cómo visitarlo? Para comprender tanto la arquitectura como las exposiciones del museo es muy recomendable una visita guiada. El museo tiene visitas privadas disponibles a través de la web para grupos de menos de veinte personas desde 100 Euros por guía y hora.
Civitatis ofrece una visita guiada por el Museo Guggenheim Bilbao en grupo y un tour privado por el Museo Guggenheim . Más información:
Museo Guggenheim .
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