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De ronda con amigas en Lima, puerto y destino

El esplendor de Perú se resume en Lima, una ciudad plena de contrastes, donde lo ancestral y lo moderno conviven en armonía para ofrecer un menú de experiencias memorables. Escala obligada para miles de destinos, aprovechad el “stop" y dedicadle unos días para disfrutarla en la mejor compañía, la de tus mejores amigas.

Casa Osambela, en Lima. © Cris Aizpeolea
Casa Osambela, en Lima. © Cris Aizpeolea

Asomada sobre el Pacífico bajo un cielo casi siempre nublado que tiende a despejarse al mediodía, la ciudad de Lima es la única capital latinoamericana que mira al mar. Fundada en 1535 por el español Francisco Pizarro, este enclave tan estratégico le trajo interesantes beneficios pero también problemas, tanto por los piratas que pretendieron asaltar el puerto como por los desastres naturales que jalonan su historia de terremotos, inundaciones y tsunamis.

Todas esas marcas subyacen en la Lima de hoy, donde conviven lo ancestral con lo moderno, las ruinas precolombinas con el acervo colonial, los rascacielos con las ferias populares, los parques verdes que le ganaron tierra al mar, el ceviche al paso con la afamada gastronomía fusión de sabores asiáticos, europeos y preincaicos.

“Viajeramente” hablando (si se permite el neologismo) Lima justifica una estancia con sobrados argumentos. Desde el 1 de junio de 2025 tiene un nuevo aeropuerto internacional, cinco pisos, diseño inspirado en el colibrí de las líneas de Nazca, capaz de recibir 30 millones de pasajeros al año. Que la ciudad se multiplique como destino y no sólo como puerta de ingreso al Machu Picchu o escala obligada para miles de vuelos, es parte del desafío.

Escultura gigante El Beso, de Víctor Delfín. © Cris Aizpeolea
Escultura gigante El Beso, de Víctor Delfín. © Cris Aizpeolea

Dónde, cómo y cuánto

Con más de 10 millones de habitantes y 2.700 kilómetros cuadrados de extensión (Madrid tiene 605 mil), el tráfico es feroz en Lima y moverse por grandes distancias sin tener claro las coordenadas puede ser un dolor de cabeza. Por eso es clave elegir bien dónde parar, según el gusto e interés personal, y planificar un poco las salidas.

El centro histórico es Obligatorio (así con mayúscula); refleja como pocos en Latinoamérica la potente historia virreinal con sus hitos y leyendas, como las desobedientes mujeres Tapadas limeñas, pero conviene reservar un día para ir y venir sin prisa.

Tapadas limeñas. © Cris Aizpeolea
Tapadas limeñas. © Cris Aizpeolea

Para una estancia corta pero intensa, el distrito turístico más recomendable es Miraflores. Con la avenida Larco como eje de referencia, ofrece una amplia gama de hoteles (desde 25 euros), restaurantes, parques, museos, ferias y el acceso directo a la Costanera. En el malecón, frente a los rascacielos se destaca Larcomar, el complejo comercial a cielo abierto más famoso de Lima. Caminando o en bicicleta, desde allí se puede llegar hasta El Beso, la escultura gigante de los amantes, del artista Víctor Delfín. Verde a más no poder, mantenido, cuidado y regado a mano, todo el paseo costero refleja el ingente trabajo humano por consolidar estas barrancas de tierras inestables que la protegen del mar.

Mamá Cacao, una pequeña escultura del Museo Larco. © Cris Aizpeolea
Mamá Cacao, una pequeña escultura del Museo Larco. © Cris Aizpeolea

En Miraflores, hay que caminar el Parque Kennedy, donde la comunidad se organiza para adoptar gatitos que viven en casitas. También conviene planificar desde allí la visita a la Huaca Pucllana (4 euros), sitio sagrado del siglo 200 a 700 d.C. que parece una ciudad construida con pequeños libros de arcilla, y el célebre Museo Larco (homenaje al filántropo Rafael Larco Herrera). En medio de jardines gloriosos, alberga 5.000 piezas de arte, cerámicas, joyas y objetos preincaicos.

Se puede almorzar en el recoleto restaurante del museo (calculad 25 euros) o caminar por Pueblo Libre para sentarse en un bodegón tradicional bien atendido y comer excelente por mitad de precio. Este barrio tranquilo y de casas bajas, donde vivieron patriotas como Simón Bolívar o José de San Martín, está algo retirado pero tiene buenos hostales y hoteles. Se puede usar Uber con tranquilidad. El metrobús es muy buena opción en Lima, pero no llega directo aquí, hay que combinar.

Bodega Santiago Queirolo, en Pueblo Libre. © Cris Aizpeolea
Bodega Santiago Queirolo, en Pueblo Libre. © Cris Aizpeolea

Más al norte, cuna de la bohemia, Barranco es otra opción muy atractiva, con murales de colores, música al paso y un rosario de galerías de arte, bares y locales de moda y de diseño donde perderse. Junto a la estatua de Chabuca Granda está el Puente de los Suspiros. Dice la leyenda que hay que cruzarlo sin respirar para que se cumpla ese deseo vamos pensando. De no parar allí, por favor, reservar un día para esta zona y elegir una terraza para ver caer el sol.

Mural de Chabuca Granda en la plaza de Barranco, en Lima. © Cris Aizpeolea
Mural de Chabuca Granda en la plaza de Barranco, en Lima. © Cris Aizpeolea

Caminando por el centro se aprende

Si tomar un Walking Tour es una recomendación siempre válida para viajeras que van por libre, en Lima estos paseos a pie con guías locales resultan imprescindibles. De pago voluntario (5 a 10 euros es un valor aceptable), conviene agendarlo al principio de la estadía y serán las tres horas mejor invertidas del viaje, por la perspectiva general que brinda la experiencia, la relevancia del recorrido, la amabilidad del servicio y también por seguridad.

Nuestro guía, Jorge Cuevas Valdivieso, con 22 años de experiencia, honra todas esas virtudes y sobre la cuestión de la inseguridad, afirma: “Es cierto que ha aumentado, pero los delitos de cierto nivel no se producen ni en Miraflores, ni en Barranco ni en el Centro Histórico. Hay que estar atentos en el transporte público, tener cuidado con las motos y no andar exhibiendo el celular”. En suma, en esas zonas seguras, nada que no haya que hacer en cualquier otra gran ciudad.

El Centro Histórico (la vieja “Ciudad de los Reyes”) ofició de eje político y administrativo desde la fundación. En 1991 fue declarado por Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco, especialmente por sus balcones de madera de cajón cerrado. Son el orgullo de la ciudad. Lima no sería Lima sin su balconería.

Fachada de la iglesia de San Agustín. © Cris Aizpeolea
Fachada de la iglesia de San Agustín. © Cris Aizpeolea

La fachada barroca de la iglesia y convento de Nuestra Señora de la Merced, con la patrona del Ejército peruano en la hornacina central, es una obra maestra del estilo churrigueresco. Adentro tiene 14 retablos de enorme valor. Está ubicada en la sexta cuadra del Jirón de la Unión, la calle que conecta la plaza San Martín con la plaza de Armas que siempre tuvo diversidad de locales comerciales, y así se acuñó el verbo “jironear” para aludir a “todo eso” que hace la gente cuando va al Centro.

En la incompleta lista de tesoros limeños figuran el templo de San Agustín (también de estilo barroco churrigueresco), la Catedral de 1641, la iglesia San Francisco con sus impresionantes catacumbas y los vestigios de la muralla de 1686 que rodeaba la ciudad. Un consejo: terminar la caminata en alguna cantina del Barrio Chino para probar (y aprobar) un plato de comida fusión Chifa.

Pisco Sour dedicado

Perú y Chile se debaten la “paternidad” del pisco (destilado de mosto fresco, 48% de graduación alcohólica) pero la versión cóctel, el “Pisco Sour”, fresco, dulce, ácido y espumoso, está presente en todas las cartas peruanas desde que en 2007 la Unesco lo declaró Patrimonio Cultural de la Nación. Hasta tiene un día propio en el almanaque (el primer sábado de febrero) en el que bares y restaurantes lo celebran con el público.

Julia, de Tasca Bar Miraflores. © Cris Aizpeolea
Julia, de Tasca Bar Miraflores. © Cris Aizpeolea

Para degustar uno bien genuino, por recomendación lugareña llegamos a La Tasca Bar de Miraflores, autoproclamado “el de los mejores piscos de Lima”. Es casi medianoche y a juzgar por la cantidad de gente, la fama parece que se ajusta. El salón angosto está ambientado con banderas y memorabilia de todo el mundo, con una larga fila de banquetas mirando al mostrador.

Del otro lado de la barra, con total autoridad, toma y despacha los pedidos Julia, una joven bartender. La vemos trabajar con energía y es ella misma quien sirve los tragos. “La receta es 3 onzas de pisco, 1 onza de limón, 1 onza de jarabe de goma (almíbar) y la clave es la clara de huevo, que se bate en seco hasta que gana espuma”, nos describe. Revela que el preparado bien aireado se cuela sobre la copa de servir, para decorar con ralladura de limón y unas gotitas de Amargo de Angostura, potente bitter que agrega con pipeta y la dedicación de una alquimista. ¡Salud, viajeras!

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