Valle de Karrantza, 10 experiencias rurales y genuinas en Vizcaya
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Discreto y rural, el vizcaíno valle de Karrantza, en el extremo más occidental de la comarca de Las Encartaciones, fronterizo con tierras cántabras y burgalesas, es un destino con el verde subido. Prados y bosques crean un pintoresco paisaje de campiña a sus barrios. Sigue las 10 pistas que te damos para una desconexión rural y descubre la sorpresa final que te espera en el pueblo de Trucios-Turziotz.

En tren de vía estrecha, bus o vehículo propio, vamos en busca de un lugar secreto: el vizcaíno valle de Karrantza. Al llegar nos espera el municipio más extenso de la provincia, un genuino paraíso rural. Entre praderías y bosques de robles y encinas trepando laderas arriba encontrarás un oasis verde conocido como “el valle” o simplemente “Karrantza”. No busques esta población en el mapa, porque no existe. Sus 2.500 habitantes se reparten en 49 barrios de auténtica arquitectura rural.

Concha, el centro del valle de Karrantza
En el fondo de valle, Concha es su centro administrativo y geográfico, mientras los pequeños núcleos rurales del valle de Karrantza sobresalen desde las laderas con sus típicos caseríos trucenses. Estos aúnan las típicas arquitecturas del caserío vasco y de la casona cántabra, pero con el exclusivo tejado rematado en cola de milano o a tres aguas para favorecer la existencia de amplias balconadas en la fachada. Gozan de las mejores vistas del anfiteatro de montañas y verdor que cierra el valle donde comprobamos que esto es el auténtico turismo rural.

Cueva de Pozalagua, una puerta a Versalles
El mejor secreto de Karrantza, la cueva de Pozalagua no está a la vista, pero sí en boca de todos, porque sus estalactitas excéntricas despiertan admiración mundial. No es para menos, es su mayor atracción turística. En las entrañas de roca, bajo la imponencia de Peña Ranero, el agua disolvió la caliza durante millones de años, pero no fue hasta hace 64 años cuando se descubrió, por casualidad, gracias a la voladura de una cantera de dolomita contigua. Entramos en una catedral subterránea de 125 metros de longitud y una bóveda que alcanza 17 metros de altura. Esta sala, por su vistosidad geológica de estalactitas y estalagmitas, se denominó Sala Versalles. Buen comienzo para una aventura familiar por el valle de Karrantza.

Experiencias en la cueva y su entorno
Afirman que solo hay otro lugar en el mundo, una cavidad australiana, que compite con la belleza tan inusual de la cueva de Pozalagua. Ambas poseen estalactitas excéntricas, formaciones tan peculiares que, en lugar de crecer verticales siguiendo la gravedad, lo hacen misteriosamente hacia los lados o de forma radial como las raíces de una planta. A 2 kilómetros del barrio de Ranero, es de las experiencias turísticas subterráneas más excitantes. Incluso para los pequeños, que pueden visitarla solo alumbrados con una luz frontal. La aventura está garantizada, incluso viendo tal vez a sus habitantes exclusivos, un artrópodo y un crustáceo.
Los adultos durante el verano tienen la oportunidad de asistir a actuaciones musicales que, en el anfiteatro instalado en la antigua cantera de roca dolomía junto a la cueva, se programan en las noches de agosto. La disolución del mineral dolomita, causante de las singulares formaciones de la cueva, y su extracción es el protagonista del museo de la antigua fábrica de dolomitas que organiza también actividades para los más jóvenes.

Ermita de la virgen del Buen Suceso, el mirador más bucólico
Son muchas las iglesias notables del valle de Karrantza, pero buscamos la ermita de la Virgen del Buen Suceso pues se halla en uno de los rincones más bellos y también con uno de los mejores miradores. En el lugar donde la virgen se apareció a una pastorcilla medieval las vistas panorámicas llenan vista y pulmones ante montes y tupidos encinares tan bonitos como el de Sopeña. Cada 18 septiembre, cuando se celebra a la patrona del valle, la ermita y la plaza de toros aledaña al templo se alegran con el jolgorio romero aderezado por experiencias gastronómicas y danzas.

Ovejas que hacen paisaje rural
Prueba el queso del valle y descubrirás a la protagonista de un sabor inolvidable. Es la oveja carranzana que, en sus variedades negra y rubia, aprenderás a reconocer en las praderías por su aspecto rústico perfectamente adaptado al terreno, cubiertas con su rica lana, imprescindible para sobrellevar las abundantes lluvias del valle. Su leche cruda, elaborada con la tradición pastoril de hace 4.000 años, nos lleva hasta los Quesos Amalur y a conocer a una familia que ha sabido darle un sabor tan rico a un queso que nadie se quiere perder. Este es un motivo más que justificado para acudir al valle de Karrantza.

Elige la montaña que más te guste
Aquí tienes montañas para todos los gustos. Estamos en el corazón del Parque Natural de Armañón que comparte con el vecino municipio de Trucios-Turtzioz al norte del valle. Su geografía destaca por las cumbres calcáreas, siendo la más elevada, con 854 metros, de la que toma nombre. Recorrer las sendas hacia ellas es una tentadora invitación montañera. Para ello habría que seguir algunas rutas señalizadas tanto por el valle de Karrantza como desde Trucios-Turtzioz, también dentro del parque y separados por un cordal montañoso donde destaca en el macizo de Los Jorrios con sus quebrados relieves, y el pico más sobresaliente, el monte Armañón.

Linces y panteras en el valle de Karrantza
Un antiguo palacio de indianos, de los que abundan por el valle, sobresaliendo en una colina, señala estar en Karpin Fauna. Uno de los rincones más salvajes de Karrantza que bien ocupará dos horas de excursión familiar. Al traspasar el muro de piedra que delimita la finca de 20 hectáreas se despliega un entretenido centro de recuperación de animales silvestres y un enclave perfecto para conocer muchas especies ibéricas. Sus actividades de recuperación de animales heridos, irrecuperables a su estado natural, o requisados por posesión ilegal despiertan la concienciación ecológica. Mientras que su área de Karpin Abentura conduce a un viaje vertiginoso de millones de años por la evolución.

Palacios y casonas de los indianos
Salta a la vista que el aislamiento montañoso del valle de Karrantza impulsó la emigración desde el siglo XVIII, como demuestran las numerosas casas de indianos y palacios como el de Villapaterna. Algunos oriundos a su regreso mostraron el triunfo del indiano levantando viviendas notables de residencia estacional. Principalmente concentradas en el barrio de Concha, que ofrecen un buen motivo para realizar la ruta del Sueño indiano en Encartaciones. Los indianos también aportaron mejoras en sus barrios como la traída de aguas y la educación accesible que promovió Romualdo Chavarri de la Herrera. Con la fortuna que hizo en Puerto Rico favoreció que la línea de ferrocarril Bilbao-Santander pasara por el valle e incluso levantó una segunda iglesia de San Andrés en el barrio de Biáñez.

Frescos en un panteón
En sus inmediaciones, la originaria iglesia gótica de San Andrés esconde una de las más llamativas experiencias del valle de Karrantza. En el mismo lugar en que el indiano Romualdo Chavarri logró erigir el panteón bajo el altar para su familia, gracias a la construcción del homónimo templo cercano en 1885, se descubrieron unas pinturas al fresco de finales del siglo XV al retirar el retablo que las ocultaba para su restauración.
El mayor secreto del valle quedó a la vista, un retablo mural de grandes dimensiones de trazos sencillos y tonalidades negras y ocres.
El extraordinario valor del retablo no radica tanto en sus líneas pictóricas y escenas religiosas sino porque refleja curiosos detalles de la época renacentista y sobre todo el esfuerzo económico que los vecinos hicieron por su iglesia. Es recomendable una visita guiada a la vieja iglesia que te asomará, a su vez, a un museo sobre la historia y valores naturales del valle.

Sendas por el mar
Las sendas del parque natural invitan a recorrer los paisajes rurales en homenaje a la vida de pueblo más auténtica. De las más curiosas es la que conduce a la foz de Peñalba, pues muestra la huella del viejo mar donde nacieron estas montañas por sus huellas fósiles de animales marinos, similares a corales, que vivían en sus fondos. Comienza en el pueblo Trucios-Turtzioz, donde el paseo urbano nos sorprenderá con notables palacios y caseríos repartidos en barrios por el valle del río Agüera. Destaca sobre el núcleo su iglesia de San Pedro de Romaña con una imponente traza gótico renacentista y un gran pórtico que está de celebración pues cumple 500 años. El municipio con sus caseríos, molino, ermitas con plaza de toros aledaña, como la de San Roque, pone un magnífico broche viajero entre el encanto rural más al norte de la comarca.

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