Este año que se cumple el 500 aniversario del descubrimiento del Estrecho de Magallanes, el paso oceánico que «hizo la tierra redonda», nos disponemos a navegar por los paisajes vírgenes de la Patagonia chilena. Este viaje, que tendrá que esperar a la temporada 2021/2022 es un sueño para todos los amantes de la aventura.
De Ushuaia parten los barcos de exploración de la Patagonia.
1. Ushuaia, la ciudad del fin del mundo
Partimos de la ciudad argentina más austral. Ushuaia se puso un apellido de lo más sonoro, ‘la ciudad del fin del mundo’, pero lo perdió el año pasado. La explicación está en que Puerto Williams, en la otra orilla del Canal de Beagle, dejó de ser base naval para convertirse en ciudad, la más austral del planeta. No obstante, Ushuaia sigue luciendo ese encanto mítico de pertenecer a la Tierra de Fuego, donde se llega a puerto entre un laberinto de canales fueguinos. Legendarios pasajes en los que los navegantes divisaban los fuegos de los indios patagones, donde se halla el tren más austral del mundo y es el punto de partida hacia el blanco inabarcable de la Antártida.
Entre el colorido de sus casas más viejas de madera, buscamos el puerto donde embarcamos a la exploración de la Patagonia. Soltamos amarras con la emoción de alcanzar el estrecho situado al final del continente americano que Fernando de Magallanes surcó en su expedición de 3 años. En noviembre de 2020 se cumplirán 500 años del inicio de aquella aventura que demostró la esfericidad de la Tierra.
Adán Otaiza es el farero del fin de mundo.
2. Cabo de Hornos, echar el ancla más austral
Estando en un enclave natural tan repleto de historia como Tierra del Fuego, no podemos dejar de lado el Cabo de Hornos donde descendemos en busca de una legendaria luz. La de la luminaria del faro del fin del mundo que orienta el temido paso marítimo donde se encuentran con fiereza los océanos Atlántico y Pacífico. Sus aguas grises a merced del viento son un reto con el que se miden los más expertos navegantes y hasta el siglo XIX, en que se abrió el Canal de Panamá, también los grandes buques de carga. Allí nos dan la bienvenida los únicos habitantes de este lugar tan inhóspito: el farero, Adán Otaiza, encargado durante dos años del mantenimiento de las instalaciones, junto a su mujer y dos hijas que convierten un enclave frío y ventoso en una experiencia aventurera exclusiva.
El Albatros recuerda a los navegantes que han perdido la vida en el mar.
3. Albatros, el placer de navegar a vela
En el Cabo de Hornos, a 55ºS, pisamos el extremo meridional del continente americano. Más allá, el gris de las aguas se funde con el cielo plomizo. Un panorama oceánico tras el cual solo se adivinan 800 kilómetros de agua, los del temido paso de Drake, hasta tocar la Antártida. Los fondos marinos e islotes alrededor del Cabo de Hornos se han cobrado muchas vidas marineras. Navegantes a los que recuerda el Albatros, una escultura de acero con la silueta del ave marina más emblemática del lugar. Sensación de libertad la que simboliza el albatros con sus enormes alas abiertas y un precioso poema de la porteña Sara Vial.
«Soy el albatros que te espera en el final del mundo.
Soy el alma olvidada de los marinos muertos
que cruzaron el Cabo de Hornos, desde todos los mares de la tierra.
Pero ellos no murieron en las furiosas olas, hoy vuelan en mis alas
hacia la eternidad, en la última grieta de los vientos antárticos».
Caminata en la isla Navarino.
4. La última aventura, bahía Wulaia
Darwin sí estuvo aquí, nos informa un cartel sobre la fachada de una antigua estación de radiocomunicación situada en la isla Navarino. Ocurrió en 1833 cuando en su viaje alrededor del mundo fondeó el HMS Beagle en la bahía, un barco pilotado por el experto navegante Fitz Roy. Una bonita ensenada, así denominaban a la isla Navarino los indios yámanas, pobladores nómadas que acudían temporalmente a ella en busca de pesca y frutos silvestres como la frutilla magallánica. Para abarcar su tranquila belleza natural ascendemos su ladera montañosa por un sendero entre los grandes árboles de lengas o hayas australes que crean un pasaje de árboles de cuento en la selva fría patagónica.
Glaciar Pía.
5. Glaciar Pía, hielos milenarios
La imponencia del hielo nos da la bienvenida a través de la lengua de hielo del Pía. Un glaciar azul intenso que desciende 20 kilómetros ante nuestros ojos y luce una fachada helada imponente en la orilla de la bahía Pía. Hielos sin burbujas de aire por la presión, que crea múltiples tonalidades azuladas, acumulados durante milenios y recortados entre picudas montañas. Es la primera visión del Parque Nacional de Agostini, un tremendo territorio intacto al sur del Estrecho de Magallanes. Surcado por la cordillera Darwin, el último espinazo del continente desgajado de los Andes.
Avenida de los Glaciares.
6. Solo para ti, avenida de los Glaciares
A un ritmo de 6 glaciares por hora, es evidente que estamos en la Avenida de los Glaciares, nombre con el que se conoce a este magnífico paisaje. Aquí, el campo de Hielo Sur, que se extiende sobre la cordillera Darwin, se desprende entre cumbres cubiertas de nieve por sus faldas hasta tocar el mar a través de los glaciares más espectaculares del hemisferio austral. Albatros, cormoranes, petreles y el rey de estas montañas, el cóndor, completan la belleza salvaje de este impresionante tramo del Canal Beagle. Fueron los primeros exploradores europeos quienes los nombraron. Así, sorprendentemente, nos veremos ante glaciares llamados Italia, Holanda, Alemania, Francia o la mismísima lengua del glaciar España.
Excursiones del Ventus Australis.
7. Exploradora de lujo, vida a bordo
A bordo del barco Ventus Australis hace apenas dos días que partimos de Ushuaia en busca del Estrecho de Magallanes, pero basta con mirar esos espectaculares glaciares desde la pared exterior acristalada del camarote para que entren ganas de que el viaje no termine nunca. Este es el auténtico lujo de estar a bordo, paisajes australes inalterados solo para ti. Así, puedes sentirte exploradora aunque no tanto como Fernando de Magallanes, que impulsado por el rey de España Carlos I inició su aventura de exploración en 1519. Sin mapas ni rutas conocidas buscaba llegar a las especias asiáticas por una nueva ruta oceánica ya que la Ruta de la Seda, con la caída de Constantinopla en 1453, ya no era accesible ni por tierra ni por mar. De los 3 años que le llevó su aventura en 2020 se cumplen 500 años del día que entró en el canal. Al recorrer sus 558 kilómetros comprobó que conectaba los dos océanos.
Para conmemorar este aniversario, la compañía chilena Australis, la única empresa turística que realiza este crucero, había preparado un interesante programa en sus itinerarios a finales de año que han debido posponer para la temporada 2021/22. Quedarán para el próximo año las charlas de historia a bordo impartidas por expertos conocedores de la gesta del marino. Al igual que la música del Renacimiento, interpretada por sopranos de nivel internacional, que se escuchaba en la época de la expedición magallánica. El próximo año se disfrutará de esa música en los canales de Patagonia y Tierra de Fuego frente a los paisajes vírgenes que vieron los descubridores.
Seno de Agostini.
8. Seno de Agostini, sobre el hielo
Desde el barco, gracias a su agilidad para maniobrar y su alto compromiso ambiental de reducción en emisiones de sus motores, podemos, desde la misma cubierta, casi tocar el bellísimo glaciar Garibaldi. No obstante es más aventurero el desembarco en barcas neumáticas. Conducidas con pericia por la tripulación y, en ocasiones, entre bloques errantes de hielo llegan hasta la orilla de la espectacular ensenada rodeada de imponentes montañas conocida como el Seno de Agostini. Resulta increíble caminar por la playa del glaciar Águila, creada al retroceder su masa helada y sobre la que ha crecido la selva a lo largo de 200 años. O navegar frente al glaciar Cóndor y su cascada, mientras los cóndores sobrevuelan vigilando sus dominios solitarios.
Claudia Godoy en la isla de la Magdalena.
9. Entre pingüinos en la isla Magdalena
Cuando por fin navegamos por las aguas del Estrecho de Magallanes, aparece la isla Magdalena y desembarcamos nuevamente. Vamos a contemplar su extensa colonia de pingüinos de Magallanes que la ha convertido en una reserva natural protegida de Chile.
La veterinaria que los estudia, Claudia Godoy, y Ricardo Cid, administrador del Monumento Natural Los Pingüinos, conformado por isla Magdalena e isla Marta, trabajan por su preservación censándolos y estudiando las causas (como el cambio climático) que provocan su disminución. Este año ha contado 12.000 parejas, solo una cuarta parte de las registradas hace una década. Aun así, los pingüinos torpes y curiosos, junto a la colonia de gaviota cocinera, son el sur patagónico más salvaje en el panorama que se abarca desde el faro de la isla.
Réplica de la nao Victoria en el museo homónimo.
10. Llegamos con Magallanes, Punta Arenas
Gracias al descubrimiento del Estrecho de Magallanes nació la ciudad de Punta Arenas, inicialmente llamada Fuerte Bulnes. Su función era la de aprovisionar de carbón y agua dulce a las embarcaciones, a la vez que controlaba el paso por el Estrecho como principal puerto de la navegación entre el Atlántico y el Pacífico. A comienzos del siglo XX fue la ciudad más importante de Chile pues abastecía a los buques que atravesaban el territorio austral por Cabo de Hornos. Se conoce como la perla del Estrecho y a sus habitantes les enorgullece denominarse magallánicos antes que chilenos. Cosmopolita y de aire europeo, posee su kilómetro cero en la plaza de Armas donde se halla la estatua de Magallanes. No podemos abandonarla sin visitar el Museo Nao Victoria, una réplica de la nave utilizada en la expedición magallánica durante su vuelta al mundo que refleja la dura vida a bordo de aquellos exploradores.