George Sand descubrió hace casi dos siglos una isla de Mallorca completamente distinta de la que podemos percibir en la actualidad. A través de sus testimonios conocemos la impresión que obtuvo de sus paisajes y de sus gentes.
Torre de la cartuja de Valldemossa. ©
Zoran Borojevic Para conocer las impresiones de George Sand sobre la isla balear nos hemos zambullido en las páginas de Un invierno en Mallorca . Este es el célebre libro que la escritora parisina concibió tras su aventura romántica con Frederic Chopin en Mallorca. En este territorio insular estuvo exactamente 95 días, desde el 8 de noviembre de 1838 hasta el 13 de febrero de 1839. Y estuvo acompañada por sus dos hijos, Maurice y Solange.
Qué buscaba George Sand en Mallorca George Sand tenía 34 años y buscaba en esta isla un alivio a las dolencias reumáticas de su hijo Maurice y el “amor perfecto a la sombra de los mirtos”, pero lo que encontró fue algo muy distinto, a juzgar por las palabras que dejó, negro sobre blanco, en este libro de viajes donde los lugareños no quedaban precisamente bien parados. Los calificó de desconfiados, de celosos… y no dejó títere con cabeza cuando se refería a su gente, sus costumbres, sus comidas y el trato que dispensaban al forastero. Sin embargo, dedicó encendidos elogios al paisaje insular.
George Sand, retrato de Augusto Charpentier. Uno de los más bellos paisajes “Mallorca es para los pintores uno de los más bellos paisajes de la tierra y uno de los más ignorados”, “se necesita el lápiz o el buril del dibujante para revelar las grandiosidades y las gracias de la naturaleza a los amantes de los viajes” y “Mallorca es Eldorado de la pintura. Todo en ella resulta pintoresco” son sólo tres muestras de las impresiones que la naturaleza balear había dejado en su retina.
La pareja tuvo dos residencias en la isla. La primera fue Son Vent , una casa situada en las afueras de Palma, en un lugar llamado Establiments, de la que tuvieron que salir por invitación del propietario, al conocer que Chopin estaba enfermo de tuberculosis. Y a partir del 15 de diciembre, la cartuja de Jesús Nazareno de Valldemossa , que acababan de abandonar los monjes por la recién promulgada ley de Mendizábal, razón por la que el Gobierno permitía vender o alquilar las celdas.
Más enfermera que amante Hay que decir que, aunque George Sand fue calificada por el ilustre historiador mallorquín José María Quadrado como “niña buscona y doncellita andante” , tuvo que ejercer más como enfermera que como amante de Chopin. Su situación personal no debió ser fácil, desde luego, pues también tuvo que hacer de madre, de secretaria y de gobernanta. Pero, aún así, no cayó bien a los locales, por su difícil carácter y por sus costumbres burguesas y parisinas: fumaba en público, paseaba sola, compartía casa con su amante, etc.
Un invierno en Mallorca , seguramente el libro más popular y más leído en Mallorca, está dividido en tres partes que George Sand publicó previamente en la “Revue des Deux Mondes”, antes de la primera edición parisina, en dos tomos, de 1841. Dedica las primeras páginas a realizar una descripción pormenorizada de la isla, con sus palmeras, sus áloes, sus monumentos árabes y sus trajes griegos. Todo le parece pintoresco, desde la cabaña del campesino, “hasta el niño envuelto en sus harapos y triunfal en su grandiosa suciedad, como dice Heine al hablar de las mujeres del mercado de verduras de Verona”.
Miles de personas peregrinan a la cartuja de Valldemossa para recordar aquel viaje romántico. © Mateu Bennassar De la Casa del Viento a la Cartuja de Valldemossa Palma de Mallorca tenía entonces 36.000 habitantes (400.000 en la actualidad) y sus campesinos, en palabras de Sand, no sabían hacer otra cosa que “rezar, cantar, trabajar y no pensar”. En su relato, la escritora recuerda que llegó a Mallorca un día de calor de 1838 esperando hospitalidad y que las primeras dificultades surgieron al intentar hallar alojamiento. Hasta que encontraron Son Vent (la Casa del Viento). Habían hecho la travesía en un elegante barco de la época, “El Mallorquín”. Fréderic Chopin era seis años más joven que George Sand, lo cual añadía un nuevo factor de riesgo de inmoralidad y escándalo a ojos de los adustos lugareños, a los que la escritora no dudó de juzgar muy duramente. En cambio, sí elogió los paisajes altivos y elegantes, propios de Poussin, que fue descubriendo y que estaban salpicados de numerosos conventos. “En Mallorca, el silencio es más profundo que en ninguna otra parte”, dejó escrito.
La fuerza de la naturaleza en Mallorca proporciona energía tanto al paisaje como al viajero. Elogios encendidos al paisaje Después su atención se fijó en Palma de Mallorca , en las casas nobles y en sus monumentos más emblemáticos, como la catedral, que no mereció prácticamente ningún elogio de George Sand, pero sí una alusión al sepulcro de Jaime II, o las ruinas de Santo Domingo. Son descripciones que mezcla con otros ingredientes e impresiones personales de los zaguanes de las casas solariegas o referidas a la ostentación de los criados. Por fin, dedica la tercera y última parte de Un invierno en Mallorca íntegramente a Valldemossa, desde donde se domina el mar por todos lados.
“La poesía de esta cartuja me había enloquecido”, dejó escrito, junto a frases del tipo “ni Suiza ni el Tirol se me han presentado bajo este aspecto de creación libre y primitiva que tanto me ha encantado en Mallorca”, “todo cuanto pueden soñar el pintor o el poeta lo ha creado la naturaleza en este lugar” o “todo está allí y el arte no puede añadir nada”.
Una pareja irreverente Cuando George Sand y Chopin se instalan en la celda número 4 de la cartuja de Valldemossa, “el lugar más romántico del mundo” según la escritora, los habitantes de la zona no ven con buenos ojos la presencia irreverente de esta singular pareja entre sus venerables muros.
“Basta que se tenga un aire extranjero para que os teman y se separen del camino para evitaros (…). Nos calificaban de paganos, mahometanos y judíos, siendo esto, según su manera de ver, lo peor de todo”, escribió George Sand.
La huella religiosa era tan fresca en la Cartuja de Valldemossa que a la escritora le parecía escuchar a menudo el ruido de las sandalias sobre el suelo o el murmullo de las oraciones en las capillas. Aquí culminó su novela “Spiridion”, en cuyas páginas también se puede rastrear el influjo que le dejó su estancia en la misma. Y Chopin también supo sacar fuerzas de su deteriorado estado físico para componer buena parte de sus preludios y algunas polonesas, mazurcas y sonatas.
Una bonita postal de Valldemossa. Un viaje romántico En la actualidad, miles de personas peregrinan cada año a la cartuja de Valldemossa a recordar y seguir el rastro de aquel viaje romántico de esta pareja, dos seres de privilegiada mente.De hecho, hoy la cartuja de Valldemossa exhibe con orgullo el piano Pleyel que Chopin mandó trasladar desde París y por el que, según relata George Sand, debieron pagar 700 francos de derecho de entrada. “Casi era el valor del instrumento. Quisimos devolverlo, pero no estaba permitido hacerlo. Dejarlo en el puerto hasta nueva orden estaba prohibido. Hacerlo entrar por otro lugar de la ciudad era contrari o a las leyes (…) Todo lo más que podíamos hacer era arrojarlo al mar, y no sé si aún teníamos derecho”.
Una cartuja en manos de laicos Está claro que si el viajero llega a Mallorca, debe visitar la cartuja de Jesús Nazareno , fundada en 1399 por el rey Martín de Aragón. Está situada en la parte más elevada de la villa de Valldemossa y en 1717 sufrió una gran remodelación debido a su estado ruinoso, por lo que dieron comienzo las obras del actual monasterio. Cuando se promulgó la ley de Mendizábal en 1836, la cartuja tenía 17 monjes, un novicio y siete legos que debieron de salir de sus estancias. Poco a poco, las celdas fueron alquilándose hasta que en 1842 se pusieron a la venta y hoy se hallan en manos de particulares.
En “Un invierno en Mallorca” George Sand también hace alusiones a la gastronomía de la isla y no precisamente buenas. Así, dice que “la base de la cocina mallorquina, invariablemente, es el cerdo, bajo todas las formas y bajo todos los aspectos».
«Estoy segura de que en Mallorca se hacen más de 2.000 clases de platos con el cerdo y, por lo menos, 200 especies de embutidos, sazonados con tal profusión de ajo, pimienta, pimentón y especias corrosivas de todo género, que peligra la vida en cada bocado”.
Coca bamba o de patata, ideal para mojar en chocolate. Una gastronomía no de su gusto Y añadimos esta otra consideración, porque aquí George Sand se quedó a gusto y dejó patente su recio y fuerte carácter: “Veis aparecer sobre la mesa 20 platos que se parecen a toda clase de comidas cristianas. No hay que fiarse. Son drogas infernales cocidas por el diablo en persona . Por último, llega el postre, una torta de pastelería, de buen aspecto, con trozos de frutas que se parecen a naranjas confitadas. Pues bien, es una torta de tocino con ajo, con trozos de tomatigas (tomate) y pimientos y todo ello espolvoreado con blanca sal, que dado su aspecto inocente, tomaríais por azúcar. Hay pollos, cierto, pero no tienen más que la piel y los huesos (…) Y el pescado que nos traían del mar era tan escuálido y tan seco como las gallinas”. Seguramente, George Sand exageraba y ella misma, años después, en sus memorias, reconocía que había sido “injusta y violenta” con los mallorquines.
De la estancia de George Sand y Chopin en Valldemosa, Jaime Camino hizo una adaptación cinematográfica en 1969 con Lucía Bosé en el papel de George Sand. Además, todos los veranos, Valldemossa celebra un festival dedicado a Chopin con numerosas actividades, debates y exposiciones. Porque los nombres de Fréderic Chopin y George Sand quedarán siempre unidos al de Valldemossa.
“¿Por qué viajar cuando no se está obligado a hacerlo?”, se preguntó George Sand antes de escribir Un invierno en Mallorca . Y ella misma respondía: “Es que no se trata tanto de viajar como de partir. ¿Quién de nosotros no tiene alguna pena que olvidar o algún yugo que sacudir?”.
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