Myanmar es uno de los destinos más mágicos y desconocidos del mundo. Una tierra que atesora miles de pagodas doradas, templos, mercados, paisajes asombrosos y gentes afables. En esta situación que estamos viviendo, tendremos que esperar para volver a despegar. Si bien, mientras se resuelve, os sugiero tomar nota y añadir Myanmar a la lista destinos que una mujer viajera no se debe perder.
Una panorámica inolvidable de Bagan. © David Santiago Actualizado 12/2023
En cualquier rincón del país respirarás el profundo aire sagrado de la filosofía budista en su rama más ortodoxa y percibirás los conceptos de la vida y de nuestra existencia. Un mundo muy diferente al nuestro en el que los hombres visten falda –longyis– y las elegantes mujeres se decoran la cara con tanaka –una pasta amarilla extraída de la corteza del árbol del mismo nombre–; en el que a los espíritus se les preparan fiestas y ofrendas para mantenerlos contentos, y donde todos los varones ingresan en un monasterio en alguna etapa de su vida. Prepárate porque te vamos a dar algunas claves para que vayas pensando en cómo organizar tu viaje a Myanmar.
Mandalay y las antiguas capitales birmanas Mandalay se despierta temprano en el margen derecho del río Irawady. Al amanecer parece que todo el mundo recorre en sus trishaws y bicicletas las polvorientas y anchas calles del centro. Io Su pedalea por las avenidas, mientras me muestra toda la actividad de la que fue la última capital birmana antes de la colonización británica: comerciantes, cientos de monjes budistas recitando sutras y el ir y venir de hombres y mujeres. Un simple min-gala-ba , la manera de saludar, y una sonrisa serán suficientes para que despiertes risas y termines con flores en el pelo y la cara llena de tanaka en uno de los mercados.
En las afueras se levanta la colina de Mandalay y a sus pies varios templos, monasterios y estupas, todos ellos dedicados a Buda. La más asombrosa es la estupa Kuthodaw Paya , apodada ‘el libro más grande del mundo’ por las 729 losas de mármol que constituyen los quince libros enteros del Tripitaka , un código budista.
Niño budista en un templo de Sagaing Hill, a unos 20 km de Mandalay. © David Santiago Mandalay se halla rodeada por antiguas capitales que aún hablan del esplendor de la historia y la realeza birmanas: Sagaing, Ava, Amarapura y Mingún. La primera es una colina repleta de vegetación tropical, en la que asoman más de 500 estupas doradas.
Ava, Amarapura y Mingún Ava o la antigua Inwa, es la que mejor conserva sus ademanes de capital regia. Con un paisaje selvático, pagodas y estupas se entremezclan con la vida de un pueblo de cabañas de techo de paja. A Amarapura hay que llegar al atardecer, cuando el tráfico de gente en el puente de teca más largo del mundo es más intenso: monjes con túnicas color azafrán que llevan cuencos de limosna entre los monasterios de uno y otro lado, pescadores que tiran el anzuelo al agua, bicicletas, escolares uniformados que salen del colegio… Para llegar a Mingún hay que navegar río arriba. Escoltada por un montón de niños, recorro las ruinas de esta ciudad y trepo por la Mingún Paya, que si se hubiera terminado habría sido la estupa más grande del mundo.
Surcando el río Ayeyarwady. © David Santiago Por el río Ayeyarwadi hasta Bagán Desde el embarcadero de Mandalay me despido de Io Su, que ha sido mi compañero de viaje durante estos días. Me dispongo a descender por las aguas del río Ayeyarwadi –el antiguo Irawaddy- en un lento barco utilizado por los viajeros locales hasta Bagán. El mítico Irawady, que inspiró a Kipling, Orwell y otros insignes escritores, y que según Neruda tiene el nombre de río más hermoso del mundo, es la arteria fluvial de Myanmar.
Sus aguas nacen en las cumbres nevadas del Himalaya, cruzan montañas cubiertas de jungla para alcanzar las llanuras del centro y prosiguen camino hasta el océano vertiéndose en el mar de Andamán. El río baña los arrozales y da la vida a los pueblos; una vida que discurre lenta en el tiempo y en la que sus habitantes viven en cabañas de juncos construidas sobre pilotes. Tras 12 de horas de incesante hormigueo fluvial llego a uno de los conjuntos arqueológicos más impresionantes del mundo: Bagán .
Pagodas de Bagan. © David Santiago Descubriendo Bagan Subo a la cima de una de las pagodas más interesantes para ver la puesta de sol: la Dhammayangyi patto . A mi alrededor se extiende una planicie infinita, un paisaje salpicado de palmeras y campos de cultivos. Y donde quiera que mire, surgen centenares de templos, dorados bajo el sol del final de la tarde. No es de extrañar la descripción de Marco Polo en su famosa crónica de 1298, que lo definió como ‘uno de los sitios más bellos del mundo’ . Y es que, durante dos siglos y medio a partir de 1044, reyes y plebeyos compitieron por honrar a Buda y llegaron a construir 4.400 templos en apenas cuarenta kilómetros cuadrados.
Pagodas en Bagan, en Myanmar. © David Santiago A lo largo de varios días recorro la zona a pie, en bicicleta y en carro de caballos. Me pierdo por los palmerales, llego a aldeas y entro en decenas de templos, con budas gigantes, pinturas y figuras de nat –espíritus cuyo culto es más antiguo que el del mismo Buda–. Visito los templos Ananda y Gawdawpalin , la pagoda Shwesandaw , el monasterio Mimalaung y muchos otros, todos ellos declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Cada tarde, a última hora, subo a algún templo aislado para esperar la puesta de sol. A la vuelta, me cruzo con las carretas de bueyes de los campesinos que regresan a sus aldeas; con las ancianas que fuman gruesos cigarros ; y con los niños sonrientes que siempre están dispuestos a venderte algo.
Una anciana birmana fuma un cigarro al acabar el día. © David Santiago De Kalow al lago Inle El brillo dorado de las cúpulas es la imagen más persistente que queda grabada en mi memoria, pero ahora pongo rumbo a Kalow. De camino, en medio de la planicie, se alza un volcán extinguido coronado con una impresionante pagoda: el monte Popa , el centro religioso de los nats , los 37 espíritus que aún hoy dan un toque de paganismo a la religión mayoritaria birmana: el budismo theravada.
Durante ocho horas un panorama magnífico desfila ante mis ojos. Las planicies cubiertas de palmerales y campos de arroz van dando paso a un paisaje montañoso y escarpado: he llegado a Kalow , una popular estación de montaña de la época colonial inglesa de Myanmar. Contrato los servicios de un guía local para realizar un trekking hasta el lago Inle . El primer día subo y bajo suaves lomas, visito pequeñas aldeas habitadas por las etnias palaung y pa-o y otras comunidades primitivas como los intha, los shan, los taungthu, los taung-yo, los danu, los kayah, los danaw y los bamar.
Mujer de la tribu palaung. © David Santiago Los niños me observan tímidamente y las bellas mujeres, que llevan un pañuelo en la cabeza de distintos colores según la etnia a la que pertenezcan, me saludan y sonríen.
Al caer la tarde llego a un monasterio aislado en las montañas, en el que 30 monjes novicios juegan, como niños que son, sin que el monje adulto, entregado al estudio o la meditación, se vea tentado a reprenderlos. Allí paso el resto de día, ante el revuelo y emoción de mis pequeños anfitriones. Hay peleas por prepararme la cena o el camastro y competiciones por ver quién llama más la atención de esta invitada occidental de aspecto extraño.
Niños budistas con sus características túnicas. © David Santiago El lago Inle A la mañana siguiente me despido de los pequeños novicios y comienzo el descenso por caminos embarrados hasta llegar al lago Inle , un bucólico escenario habitado principalmente por los intha , famosos por su forma de remar. En las aguas del lago se han levantado aldeas, casas y pagodas, se han creado huertos, se pesca y se celebran mercados flotantes y festivales. Canoas y lanchas motoras son mi único medio de locomoción para disfrutar durante varios días de la intensa actividad que se asienta en las orillas. Un exótico lugar para terminar mi viaje en el país en el que todo el mundo regala sonrisas.
Pescador intha en el lago Inle. Guía de viaje a Myanmar Cómo llegar La mayoría de las compañías vuelan hasta Yangon desde Madrid o Barcelona haciendo escala en alguna ciudad.
Formalidades de entrada Para entrar en Myanmar se necesita el pasaporte en vigor, con una validez mínima de seis meses y un visado que se puede tramitar online a través de la web oficial de Gobierno de Myanmar. Es posible que los periodistas, fotógrafos o cámaras tengan dificultades para entrar, lo mejor es no indicar estas profesiones en la solicitud de visado.
Cuándo ir La época ideal de viajar a Myanmar es entre noviembre y marzo , cuando las temperaturas son suaves y no llueve mucho. Entre abril y mayo hace un calor tremendo y, en verano, el único inconveniente es que en determinadas zonas puede llover casi todos los días, aunque la intensidad disminuye a partir de agosto.
Moneda La moneda nacional de Myanmar es el kyat y se abrevia MMK. El kyat se divide en 100 pyas. Hay que llevar billetes de dólares nuevos para realizar el cambio.
Cómo moverse Trenes, autobuses, aviones y barcos cubren la mayor parte del territorio abierto al turismo. Los trayectos más largos (de Yangón a Mandalay o de Yangón al lago Inle y viceversa) conviene hacerlos en avión. La compañía privada Air Mandalay es más cómoda que la pública Myanmar Airways . Los taxis compartidos también son una opción cómoda y barata. Los mismos hoteles buscan el taxi y otros turistas para compartirlo.
*Consulta antes de viajar las recomendaciones del Ministerio de Asuntos Exteriores .
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