La costa guipuzcoana, desde la desembocadura del Bidasoa en Hondarribia hasta el abrigado puerto de Pasaia, surge recortada por la silueta prominente del monte Jaizkibel. Entre las mayores cumbres litorales cantábricas, asoma abiertamente al oleaje como señal costera inconfundible de que llegamos a buen puerto. Explora esta costa con nosotras y la añadirás a tus lugares favoritos. Bahía de Txingudi con Hendaya enfrente. Hay algo hermoso en llegar a lugares que siempre han temido aquello que pueda llegar por mar como ocurría en Hondarribia y Pasaia, en la costa de Guipúzcoa, con las invasiones marítimas. Villas marineras que, sin embargo, poseen un lazo ancestral de vida con el océano y los seres que lo habitan.
Tierra de los primeros navegantes en medirse con las colosales ballenas o de seguir la estela de peces legendarios como el bacalao, la huella de ese amor y a la vez temor al océano queda en la espectacular arquitectura defensiva de Hondarribia y en la escondida bocana del estratégico puerto de Pasaia . También en las fortificaciones que salpican la geografía del monte Jaizkibel , un tesoro geológico a cuyo abrigo una se siente a salvo.
Monte Jaizkibel. 1. Hondarribia y Hendaya, una vieja historia de amor y desamor Lo de Hondarribia y Hendaya es amor, aunque no a primera vista. Apenas separadas naturalmente en la costa de Guipúzcoa por el Bidasoa, cuya desembocadura crea la bahía de Txingudi , viven al límite, pues en su historia han coexistido como frontera para acabar uniéndose, junto con Irún, como una eurociudad. Olvidadas las disputas seculares, solo las aves, las mejores viajeras para ignorar las fronteras, son las que más frecuentan el estrecho encuentro transfronterizo. Un lugar donde los lugareños atraviesan constantemente la fluida línea divisoria, ya sea para ir a la playa con más glamur; o cruzar la bahía en el ferri, a modo de autobús acuático, para un día de compras en un país o en otro.
Faro del cabo de Higuer. 2. Hondarribia y el primer faro ibérico En el Medievo, desde el primer asentamiento marinero, se buscó la mayor elevación del brazo arenoso con que entraba el Bidasoa al mar para consolidar marismas y cambiantes arenales y levantar el núcleo fortificado de Hondarribia. Buscaba también el abrigo del cabo Higer , primer faro del litoral peninsular y esencial destello para salvar peligrosos fondos marinos bajo sus acantilados y la cercana isla de Arruitz. Luz refugio de navegantes y el hito del fin de la cordillera pirenaica.
Desde entonces, muchas han sido las batallas y asedios que la villa libró, como indican las murallas. Tras ascender calles empinadas, se llega al casco viejo –Alde Zaharra – con la plaza de Armas, presidida por el castillo del emperador Carlos V, hoy convertido en parador de turismo; y a la iglesia parroquial de la Asunción y del Manzano con su aspecto fortificado. A lo largo de la Kale Nagusia –calle Mayor– los escudos nobiliarios aderezan su sobriedad defensiva, aleros tallados y balconadas de hierro forjado de notables casas palacio hasta la puerta de Santa María en la muralla.
Castillo del emperador Carlos V. 3. Hondarribia y su encanto marinero La fachada histórica de Hondarribia contrasta con la animación de La Marina, su barrio portuario, asomado a la costa de Guipúzcoa. Colores intensos en la madera de puertas, balconadas y ventanas, junto a las floridas macetas, hacen contraste sobre el luminoso blanco y el azul del mar cercano. Confirmado, entramos en territorio pescador. Para conocerlo hay que hacer un alto en sus tabernas y degustar unos pintxos durante el txikiteo – los txikitos son vasos pequeños de vino-. O bien comprar un cucurucho de karrakelas –caracolillos de mar– y sentarnos a disfrutarlos como si fueran pipas con vistas a la calle de San Pedro , la principal vía urbana alrededor de la que creció el barrio Portua de los pescadores o arrantzales .
Detalle de la fachada litoral de Hondarribia. 4. Lugar de protección ante piratas La virgen de Guadalupe se ganó ser patrona de Hondarribia por la defensa que ofreció contra uno de los más temibles asedios sufridos en el siglo XVII. La morena talla de la virgen es, desde entonces, símbolo de protección por tierra y mar; y la protagonista de las fiestas más sonadas, el Alarde de Hondarribia , cada 8 septiembre.
Para llegar al santuario barroco y disfrutar de la panorámica de la bahía, asciende las faldas del monte Jaizkibel, un murallón rocoso que se extiende por la costa hacia poniente.
Dos tipos de rocas –arenisca y marga– y su acumulación inalterada desde hace millones de años hacen que la historia de lo que ocurrió en la Tierra, desde que existían dinosaurios, pueda ser leída en su geografía rocosa, conocida como flysch , como en ningún otro lugar del mundo. Si algo es permanente e inmutable se dice que es sólido como una roca, pero las de Jaizkibel son probablemente las formas más hermosas que el agua marina y de lluvia han labrado en sus areniscas como reto a la inmutabilidad.
Geografía rocosa del monte Jaizkibel. 5. Villa Magalean, descanso fiel a la montaña Acogidas en las faldas de la montaña o acunadas entre brazos protectores –significado de magalean en euskera– es como nos sentiremos al traspasar el umbral de Villa Magalean , un hotel boutique que en apenas tres años se ha situado entre los lugares más deseados de Hondarribia. Al pie del casco antiguo, es una encantadora villa vacacional vasca de los años 50 que ha reconvertido sus luminosos espacios en rincones con encanto donde reponer fuerzas en sus ocho amplias habitaciones.
Un lugar donde encontrar el perfecto relax viajero en su spa o degustar una cuidada gastronomía en el gastrobar Mahasti . Basada en productos de proximidad que le llegan por tierra y mar, se adereza con una excelente carta de vinos seleccionada por el propietario, Didier Miqueu, con sorpresas enológicas mundiales que armonizan con el bocado de temporada. No pierdas detalle de su decoración; cada mapa y objeto exhibido esconde una historia ligada a la cultura vasca, desde la tradicional makila , bastón de autoridad que simboliza la fuerza, hasta la obra gráfica de Erwin Dazelle, artista de Baiona autor de las llamativas vidrieras con motivos pescadores.
Villa Magalean. 6. Pasión por el mar en el velero Lucretia Para admirar el monte Jaizkibel en toda su dimensión, extendido como el espinazo de un dragón visible desde alta mar y elevado hasta los 543 metros de la cumbre del Allerru, hay que embarcarse en la costa de Guipúzcoa. Buscamos un balandro de capricho, el velero Lucretia . Clásico y de madera, perfilado con hidrodinámicas líneas así deseadas por su primer propietario, un holandés que, en 1927, lo mandó armar para la sanación del asma de su hija. Después de pasar por varios dueños, el destino quiso que dos jóvenes marinos guipuzcoanos –Edgar De Pedro y Amuaitz Lertxundi– se enamoraran al verlo fondeado en la costa vasca. Finalmente lo consiguieron y así convirtieron su pasión en modo de vida.
Con Ostarte Sailing navegan a vela siguiendo la costa a la vez que nos adentran en un entusiasta viaje marinero, el de los barcos construidos a mano con maderas nobles y una historia apasionante detrás.
Detalle del velero Lucretia. 7. San Pedro de Pasaia y el fiordo vasco Cuando el velero Lucretia vira para acceder a la bocana del puerto de Pasaia parece que pone la proa para incrustarse en el monte Jaizkibel si no fuera porque el faro de la Plata, asomado sobre un acantilado orientado al norte, nos avisa de entrar en Pasaia. A través de un pasaje estrecho rodeado de montes que se elevan con paredones de un impresionante fiordo de aguas abrigadas, San Pedro de Pasaia –San Pedro Pasai – surge como patria de marinos aguerridos que exploraron océanos hasta Terranova y de astilleros donde se armaron muchos de los barcos que surcaron los océanos con bandera española.
En el pueblo, apenas una calle llena de tipismo, asoman las viviendas cargadas de la historia de quienes lo habitaron, como Victor Hugo que pasó su exilio en este “pequeño edén radiante”.
También de su puerto partió el marqués de Lafayette en el velero La Victoire -así denominado en honor de Elcano- rumbo a los Estados Unidos para unirse a la lucha por la independencia.
Fiordos vascos. 8. La nao San Juan en Albaola, un sueño en proceso En la orilla opuesta buscamos la mejor perspectiva del fiordo subiendo entre las típicas casas puente de Pasaia San Juan –Pasai Donibane – hasta la ermita de Santa Ana, pero el astillero Albaola nos hace seguir pegadas a la orilla. Es la historia del patrimonio marítimo vasco y la fantástica ilusión de Xavier Agote , un joven apasionado del mar y de los barcos de madera que hace treinta años soñaba con ser carpintero de ribera. No quedaba de quién aprender en los puertos guipuzcoanos y se marchó a Estados Unidos donde conoció el rescate, en aguas del estrecho de Bering, del San Juan, el barco que le robó el corazón.
Pasaia San Juan. Fue el primer barco comercial armado en Pasaia, aunque su agilidad para maniobrar y ligereza no evitó su hundimiento en 1565 cargado de aceite de ballena. No obstante su madera se conservó de forma magnífica gracias a la frialdad oceánica. La expedición arqueológica que lo rescató logró obtener, por primera vez, los planos de un barco de aquella época. Gracias a eso Xavier Agote se empeñó en su construcción reviviendo una nao del siglo XVI con el espíritu naval que un día tuvo el País Vasco. Entre madera de roble, el sueño continúa y muchas personas y entidades han puesto su esfuerzo en que siga vivo, como Juan Mari Arzak. Tal vez sea tu momento de apadrinar una pieza de un auténtico galeón vasco.
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