Sania Jelic prosigue su viaje por Chile visitando su capital, Santiago de Chile, donde guarda recuerdos de su niñez y el desierto de Atacama desde donde emprende excursiones apasionantes al Valle de la Luna y los géiseres del Tatio. Y a pocas horas, tras la frontera con Bolivia, descubre los maravillosos paisajes del Salar de Uyuni.
Sania en el desierto de Atacama. © Sania Jelic Santiago de Chile es la primera ciudad grande que piso desde hace dos meses. Y estoy alojada en el centro de la ciudad, en casa de una compañera de viaje que conocí en la travesía en el ferry de Navimag desde Puerto Natales a Puerto Montt. Aquellos cuatro días de crucero dieron para mucho. Elisabeth es una magnífica anfitriona, pero ¡hay más!
Santiago de Chile Recuerdos de la infancia De niña (cuando tenía entre seis y nueve años) viví en Chile. Y tengo recuerdos infantiles de aquella época, de la casa, del barrio, del colegio… Elisabeth me llevó a la dirección de la antigua casa y ¡conseguí entrar! Los nuevos dueños me dejaron visitar el jardín y mi antigua habitación, el salón, la terraza… El árbol mandarín ya no estaba. Recuerdo que me subía a ese árbol desde la terraza, comía las frutas y bajaba, intentando no ser pillada… Y la casa era más pequeña de lo que la recordaba, me sentó bien verla de nuevo. Nuestra familia pasó aquí, posiblemente, sus años más felices.
‘Street art’ en Santiago de Chile. © SJ Recordaba a mis amigas de aquella época, dos niñas que vivían en la casa de enfrente. Y como dicen por aquí “corto cuento”; pudimos reencontrarnos después de casi 60 años. Fue un encuentro de sensaciones extrañas. Nos contamos la vida con mucha cercanía, constatamos las diferencias en estilos de vida y trayectorias. Y hubo muchas ganas de volver a ser niñas y despreocupadas. Ellas vivieron intensamente los cambios en los meses del “estallido social” de 2019, que marcó y dividió la sociedad chilena, quedando dos bandos con opiniones muy polarizadas.
Polarización política El centro de Santiago está ahora lleno de pintadas, insignias, negocios cerrados, verjas bajadas y unos cuantos edificios dañados por fuego o actos violentos. También hay una estación de metro cerrada a modo de símbolo y recordatorio de esa época. Hay que añadir que en los últimos años se ha notado visiblemente la llegada de inmigrantes a Chile, desde Venezuela, Haití, Colombia… En la parte central de la Avenida de los Alamos, la calle principal, hay una hilera de tiendas de campaña con inmigrantes y personas ‘sin techo’. Se nota claramente que hay zonas de la ciudad donde no conviene caminar sola de noche.
Museo de la Memoria y los Derechos Humanos. © SJ El Museo de la Memoria y Derechos Humanos expone algunos datos de los años sesenta en adelante y el nuevo Museo del Estallido Social tiene objetos e imágenes de los convulsos meses de octubre de 2019 y el inicio de la pandemia. Da que pensar, pero a mí no me corresponde emitir opiniones políticas. Dicho esto, la gente es amable y sí, todos hablan de política. En favor o en contra del estallido. No hay medias tintas. En el resto de Chile no noté esta politización.
Con las amigas de la infancia fuimos a la costa, visitamos el maravilloso Parque Tricao, paseamos por la orilla del océano, viendo los pescadores y grupos de aves. La naturaleza siempre tiene una manera efectiva de relativizar los conflictos humanos.
Sania frente al colegio donde fue de niña con su foto escolar. © SJ San Pedro de Atacama El siguiente destino en mi viaje era San Pedro de Atacama, en el norte del país. Desde hace tiempo quería ver ese increíble cielo estrellado del desierto y el famoso Salar de Uyuni (en Bolivia). El billete de autobús nocturno costaba unos 28€ y el vuelo 31€, así que opte por el vuelo (sigo sin facturar equipaje, voy con maleta de cabina y una mochila; y sí, es complicado y lo comentaré en otro artículo). Me gustó mucho el pueblo y toda la experiencia alrededor.
📌 Muy seguro para una viajera sola , cómodo por su variedad de restaurantes y bares y con una gran diversidad de viajeros dispuestos a compartir experiencias e información.
La Casa de Don Tomás Cuando hice la reserva en el hotel La Casa de Don Tomás no sabía la suerte que tuve con la elección. La construcción es de adobe y la verdad es que es muy poco fotogénica, pero sí muy efectiva para la preservación de la temperatura, algo muy importante en el desierto. Tiene paneles solares y el resto de tecnología sostenible.
Pero lo que más me impresionó fue la buena relación que tienen los empleados entre sí, lo atentos que son con el establecimiento y con los clientes. Se presta atención a cada detalle, desde la limpieza del entorno, los uniformes del personal, la reposición del contenido de la barra libre disponible las veinticuatro horas de café y té en la entrada, la disponibilidad de agua gratis para los clientes… Además de la piscina con las tumbonas, el jardín y el área nueva, llamada “El Refugio”, que realmente es un oasis en el desierto.
Hotel La casa de Don Tomás. © SJ Tuve la oportunidad de hablar con Jorge Poblete , dueño y actual gestor del hotel, hijo del fundador. Su padre, Tomás Poblete, compró unas 10 hectáreas de terreno en San Pedro, en los años 80, cuando apenas había electricidad en el pueblo. Pero por los cercanos yacimientos de litio y cobre estaba claro que la región iba a prosperar. Además, ahí estaba ALMA, un conjunto de 66 radiotelescopios, el proyecto mundial de telescopios más grande del planeta. Me llamó la atención que Tomás Poblete se había casado con Milka, una mujer de origen croata, de Mlini, cerca de Dubrovnik. Tomás y su hijo Jorge, con sus respectivas esposas, gestionaron la construcción del hotel en los años noventa. En esos momentos atendieron a los primeros clientes, entre los que encontraban astrónomos de renombre e, incluso, Camila Parker-Bowles .
Jorge Poblete y su sobrino Pablo han mantenido la gestión familiar en la que priva el bienestar de los empleados. Aquí no hay rotación de personal (algunos llevan 25 años) y los nuevos empleados vienen por recomendación de los actuales. Se presta atención a su bienestar y a sus derechos, y esto se nota en el trato que reciben los clientes. Me dio pena no disfrutar de tal hospitalidad más tiempo porque, claro, estaba en el desierto de Atacama y ¡había que explorarlo!
Excursión por río Grande, en Atacama. © SJ Qué visitar desde San Pedro de Atacama La población de San Pedro de Atacama data de antes del siglo XVI y los primeros pobladores eran tribus indígenas dedicadas al pastoreo. Con el paso del tiempo llegaron aquí mineros, luego vendedores ambulantes y en los ochenta los primeros mochileros. El religioso belga Le Paige y la australiana La Bobi fueron claves para el desarrollo del poblado. El primero por su colección de arte indígena, que recolectó en los altiplanos y que hoy muestra en un museo los 11.000 años de historia de la región; y la segunda por gestionar la primera gasolinera (sin electricidad) y un hospedaje en el pueblo en los años sesenta y setenta del siglo pasado.
Los Géiseres del Tatio Aunque San Pedro tiene hoy día unas doscientas agencias de viajes, me habían recomendado dos: Gato Andino y Estrella del Sur. Me gustó el nombre de Gato Andino , además, participa en la Alianza para la protección del Gato Andino , una especie en peligro de extinción. Los guías hablaban el mejor inglés que he escuchado hasta ahora por el camino. Con ellos visité los Géiseres del Tatio , donde tuvimos la suerte de verlos primero cubiertos de una niebla espesa, que le daba un aspecto fantasmagórico, y luego con sol, cuando se podían apreciar tanto los géiseres como los volcanes.
Géiseres del Tatio. © SJ El Valle de la Luna En otra excursión desde San Pedro de Atacama bajamos por unos barrancos para caminar por el río Grande, lo que fue muy divertido. La visita al Valle de la Luna hace honor a su nombre y en la Laguna Cejar me bañé en un lago de agua salada no, ¡saladísima! Lo que más me impresionó, sin embargo, fue la visita a las Piedras Rojas y a las lagunas Miscanti y Miñiques, a unos 4.000 metros de altura, rodeadas de volcanes homónimos y montañas.
Piedras Rojas Otro lugar digno de visitar es Piedras Rojas , cuyo color es el resultado de la oxidación del hierro. El agua salada no es potable por el alto contenido de sal y yeso, parecido al de las lagunas. Los colores reflejan el azul del cielo y el hielo, junto con el verde y el amarillo de la vegetación, creando una mezcla exquisita de tonalidades. Un paraíso para los fotógrafos.
Paisaje de las Piedras Rojas. © SJ Excursión al Salar de Uyuni, en Bolivia Lamentablemente, no pude ir al tour astronómico porque el cielo estaba nublado, además no se hacen tours cinco días antes y después de la luna llena. Y me tocó.
Como el tiempo estaba cambiando, con tormentas y nevadas, la agencia boliviana Estrella del Sur , decidió usar un paso fronterizo más alejado de San Pedro para entrar en Bolivia. ¡Este viaje fue otra experiencia! En el 4×4, conducido por un genial Ronaldo, iban dos parejas, una joven de los Países Bajos y otra en luna de miel, ella de Singapur y él italiano. Bromeábamos mucho porque la pareja de recién casados –el “marido era ingeniero”– había planificado el viaje hasta el último detalle; mientras que la pareja de los Países Bajos iba haciendo las gestiones sobre la marcha. Dos maneras opuestas de viajar pero igual de válidas.
El segundo día ya había salido el sol y pudimos apreciar algunos de los paisajes como la Copa del Mundo , el Camello , el Desierto Dalí, Italia perdida , la Laguna Colorada , el Valle Anaconda … pasando por el Pueblo Julaca, donde hicimos una cata de cervezas. Llegamos al consenso de que la cerveza de quinoa y miel no era buena, la de coca sólo pasable y la mejor la Uyuni Premium . Dormimos en un Hotel de Sal , donde nos atendieron muy bien pero no me pareció para tanto la experiencia.
El último día madrugamos para ver la salida del sol en el Salar. La carretera había desaparecido por las lluvias, pero tuvimos ¡dos arcoíris!
Y luego, al adentrarnos en el salar, con botas de agua de alquiler (imprescindible), pudimos disfrutar de ese paisaje irreal del salar, donde no se ve la línea de horizonte y el reflejo del agua hace distorsiones ópticas. Jugábamos haciendo fotos. No queríamos irnos… pero la tormenta nos ahuyentó.
Y llegados a Uyuni, un poblado en construcción y con calles de barro, nos dispersamos como pudimos. Yo continué mi viaje en autobús a Potosí, el corazón minero de Bolivia.
Sania a caballo en Atacama. © SJ Conclusiones ✅ Lo que aprendí: a confiar un poco más en mi instinto con las personas. En este viaje me estoy encontrando con perfiles de lo más variados y estoy disfrutando mucho de esa diversidad. Escuchando historias humanas.
✅ Lo que no aprendí: a dejar de hacer fotos. Cuando estoy en un paraje impresionante, me cuesta bajar la cámara. Es como que tengo que seguir sacando fotos para comprender esa grandeza del entorno…. Y luego hay que hacer edición de esas fotos… o comprar más espacio de almacenamiento.
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