En tierras extremeñas, entre los pliegues de la Sierra de Gredos, la encantadora geografía del Valle del Jerte es un hermoso escenario para disfrutar de las maravillas de España. Lo sublime está más cerca de lo que imaginamos, y si está señalado en rojo por las cerezas madurando no tiene pérdida.
Garganta de los Infiernos, en el Valle del Jerte. El Valle del Jerte conmueve simplemente con el colorido de las estaciones. Desde los cerezos en flor tiñendo de blanco sus laderas, en pleno invierno, hasta que, al final de la primavera, sus terrazas se tiñen en rojo. Este paisaje agrícola despierta pasión al contemplar las cerezas madurando al sol y mostrándose tentadoras entre lustrosas ramas. Más allá de la belleza efímera y el bocado frutal refrescante, son el símbolo de bienvenida del Jerte. Este valle invita a recorrer sus apenas 70 kilómetros de longitud acompañados por el alegre discurrir del río Jerte, y salpicado de recoletos núcleos en los que callejear durante dos días, los que te va a llevar quedarte prendida de tan relajante valle serrano.
Paisaje del Camino de Carlos V, en Cáceres. La mirada de un emperador Conviene echar la primera mirada al Jerte llegando desde tierras avileñas. Porque al coronar el puerto de Tornavacas nos situaremos en un palco natural entre las montañas de Gredos que regala una perspectiva del valle de impresión. No en vano, el paso entre las montañas era conocido popularmente como el puerto de Castilla .
Ante nuestros ojos se despliega generoso el valle surcado por el Jerte y nutrido, en estos momentos del año, con las frías aguas de montaña que descienden presurosas por las gargantas serranas. A su paso, riegan huertas y primorosos bancales de cerezos dando vida, a su vez, a los extensos robledales que en esta época del año se encienden de verde recién estrenado.
Cerezos en flor en el Valle del Jerte. Estamos en una tierra de tránsito de paisanaje, no solo de nómadas y pueblos colonizadores, como demuestra la calzada romana a nuestros pies. También de ganaderos trashumantes que, a través de este puerto, han transitado desde el Medievo con sus rebaños. Migran entre la calidez extremeña invernal y los estivales pastos de la meseta castellana, por una de las más ancestrales rutas ganaderas peninsulares trazadas por la Mesta.
Cuentan que el emperador Carlos V, en su último viaje camino al monasterio de Yuste, en la comarca de la Vera, atravesó el valle por el puerto de las Yeguas. Al coronarlo respiró hondo afirmando “ya no franquearé otro puerto en mi vida sino el de la muerte” antes de dejar de ser el rey en cuyo imperio no se ponía el sol para convertirse en un anciano retirado… era el 12 de noviembre de 1556.
Ruta del Cerezo en Flor y de la Garganta de los Infiernos. Un alto en Tornavaca Antes de coronar el puerto que conecta con Jarandilla, en la comarca de la Vera , el emperador hizo noche en el pueblo de Tornavacas , que crecía alrededor de una larga calle. Pernoctó en el número 23 de la calle Real de Abajo; no sin antes asomarse a las orillas del Jerte y pescar las truchas con las que cenó. Los elementos arquitectónicos más llamativos son algunas casas palaciegas en piedra, callejones cubiertos de voladizos y grandes aleros de madera. También los vistosos puentes sobre el río y la iglesia barroca de la Asunción.
El elmento más popular, la picota de Marirrollas , esté a las afueras. Así denominada por sus decorativas caras, el discreto pilar de ajusticiamiento medieval, rodeado de cerezos, avisaba a los extraños de que si incumplían las normas su cabeza colgaría del pináculo. Hoy es un simbólico alto en el camino para contemplar el paisaje rural que trepa ladera arriba señalando los ritmos lentos del campo.
Garganta de los Infiernos, en el Valle del Jerte. Los Pilones y otras gargantas Las aguas de Gredos, que descienden con impulso desde montaña hasta el fondo de valle, discurren a través de profundas gargantas. En el mismo Tornavacas, las de los Asperones, San Martín y Beceas son una agreste sorpresa que bien justifica echar el pie a la senda. Aunque para disfrutar de la más singular, la de Los Pilones , hay que llegar hasta el pueblo de Jerte . Aquí hay que cruzar el río de aguas cristalinas –a las que debe su denominación musulmana de Xerete– y adentrarse en la Reserva Natural de la Garganta de los Infiernos . Un espacio entre robles, los que acogen al ciervo volante (el escarabajo más grande de Europa) y narcisos que brotan entre rocas .
Narcisos de roca. La subida culmina con una gratificante recompensa, las piscinas naturales talladas por el agua en el roquedo conocidas como Los Pilones . Si resistes la frialdad del agua de montaña, una piel tersa y un tonificante descanso están garantizados después del esfuerzo de la caminata.
El pueblo de Jerte es el centro neurálgico del valle y uno de los mejores lugares para hacer acopio de las cerezas , aun cálidas, pues guardan el latido del sol en el brillo de su reluciente piel.
Cerezas del Valle del Jerte. Sin espacio para lo superfluo Desde Jerte sigue ascendiendo hasta el puerto de Honduras , pues gozarás del más espectacular panorama del valle. A nuestra espalda queda el también extremeño Valle de Ambroz . Castaños, robles, el amarillo de los piornos floridos y los abedules, poniendo con sus blanquecinos troncos una delicada pincelada al estilo japonés en el paisaje. Mientras que el valle del Jerte se extiende ante nosotras como un amable refugio de verdor bajo las imponentes cumbres de la sierra de Gredos.
Al descender los 17 kilómetros que devuelven al fondo del valle, una parada junto al cerro donde se asienta Cabezuela del Valle , nos lleva a deambular por uno de los núcleos rurales con más tipismo. Entre las casas nobiliarias –y en tramos porticadas–, se descubren sus huellas arquitectónicas más populares de adobe y madera. Y, cómo no, una nueva llamada para acercarnos al mundo de la fruta estrella del valle a través del Museo de la Cereza , ubicado en una de la viviendas típicas.
Fuente de Piornal. Leoneses a lo alto de Extremadura El río nos guía aguas abajo hasta Navaconcejo , con sus grandes balconadas en madera asomadas al mismo cauce. Desde allí trepamos de nuevo, ladera arriba, en busca de Piornal , el pueblo más alto no solo del valle sino de Extremadura. Es un núcleo ganadero, fundado por pastores leoneses, que aunque sufre más que ninguno los rigores invernales por su altitud, bien merece la excursión solo por refrescarnos con sus vistas.
También es conveniente regresar en enero para contemplar su pintoresco carnaval protagonizado por Jarramplás , un singular y colorista personaje que protagoniza el alegre ambiente festivo. Ahora nos quedamos prendadas de los lobos que sostienen su fuente a la entrada del pueblo. Indican la atávica familiaridad de los pastores con la presencia de este antiguo habitante de los parajes serranos que nos rodean.
Carnaval de Jarramplás, la fiesta más emblemática de Piornal. Más pistas en el Valle del Jerte • Centro de Interpretación de la Alta Montaña y la Trashumancia. Está situado en Tornavacas y ofrece un interesante recorrido museístico sobre la importancia que el trasiego de ganados tuvo para el valle.
• Si no te atreves con el frío del baño en Los Pilones, al regresar junto a la orilla del Jerte prueba a sumergirte en la piscina natural del Parque del Nogalón . Desde allí acércate al Centro de Reproducción de Salmónidos. Es un sencillo paseo señalizado de 2 kilómetros desde el pueblo Jerte. Verás crecer a los alevines de truchas que se utilizan para repoblar en otoño los cursos fluviales extremeños. Una experiencia gratuita y autoguiada que gustará mucho a los más pequeños de la familia.
• Al regreso de Piornal, en las inmediaciones del pueblo de Valdastillas , busca la curva cerrada donde se inicia una pista. En apenas medio kilómetro te sitúa junto a la cascada del Caozo , un alegre alboroto hídrico cayendo sobre las rocas cuando abundan las lluvias.
✅ También te puede interesar
Viajes por España: 8 imperdibles de Cáceres
Viajar sola a Cáceres
Las Hurdes. Un paraíso extremeño suspendido en el tiempo