Descubrir lugares nuevos es en la actualidad una actividad al alcance de prácticamente todo el mundo. También de las mujeres. Pero hubo un tiempo que viajar era para ellas toda una osadía y llegó incluso a ser un acto de rebeldía. Te contamos la trayectoria de grandes mujeres viajeras de la historia.
Por Sandra Ferrer, periodista y escritora.
Los viajes eran un auténtico desafío para la mujer de los siglos pasados. Las sociedades patriarcales han relegado a lo largo de los siglos a las mujeres a vivir en un espacio privado. En el entorno doméstico, su vida se circunscribía al hogar y apenas unos pocos kilómetros a la redonda. Descubrir el mundo más allá de lo que alcanzaba la vista era una absoluta quimera. Cierto es que viajar por placer fue una actividad relativamente moderna incluso para los hombres. Los abruptos caminos, los transportes rudimentarios, facilitaban bien poco unos periplos que podían llegar a convertirse en verdaderas pesadillas. Y aún así, a pesar de los impedimentos físicos y sociales, las mujeres salieron de sus casas y atravesaron mares, montañas, desiertos y selvas. A continuación encontrarás un repaso de algunas mujeres viajeras que merecen un espacio en Etheria Magazine.
Ida Pfeiffer (1797-1858). La primera viajera, Egeria (o Etheria) Una de esas primeras mujeres viajeras la encontramos en la lejana Hispania Romana. De ella sabemos que se llamaba Egeria (siglo IV) y que realizó un largo viaje de tres años desde su Galicia natal hasta los Santos Lugares. No sabemos si fue monja o simplemente miembro de una primitiva comunidad religiosa femenina, pero lo cierto es que su libro Peregrinación a Tierra Santa se lo dedicó a sus queridas hermanas. Gracias a esta joya, de la que no se han conservado todas sus páginas, podemos seguir parte de su periplo guiada por las Sagradas Escrituras. Egeria debió ser una mujer de alta cuna, pues su viaje lo realizó escoltada por soldados y portando salvoconductos que le permitieron llegar sana y salva a su destino.
Como Egeria, las intrépidas viajeras que seguirían sus pasos, muchos siglos después, pudieron embarcarse en apasionantes aventuras gracias a su posición social. Estatus que sin embargo no les evitaría ser objeto de críticas y burlas. Ya lo dijo Ida Pfeiffer (1797-1858) , una austriaca que no encajaba en los estereotipos de género, hizo las maletas y se fue a recorrer mundo: “El hecho de que una mujer pudiera aventurarse a solas y sin protección a recorrer el mundo, cruzando mares y montañas, era considerado absurdo”. Ida llegó a dar dos veces la vuelta al mundo, encontrándose en el camino con todo tipo de adversidades, entre ellas salir viva de su encuentro con un pueblo caníbal, piratas o saqueadores de caminos.
Como ella, muchas otras mujeres de la Europa decimonónica se embarcaron en apasionantes viajes que tenían como objetivo el simple y llano placer de descubrir el mundo o se planteaban como expediciones científicas.
Lady Mary Wortley Montagu (1689–1762). El placer de viajar En el siglo XVII, el Grand Tour se convirtió para muchos jóvenes de la alta sociedad británica en una oportunidad de expandir horizontes poniendo rumbo a los lugares más emblemáticos de Europa. Un viaje no apto para mujeres. Las primeras que desearon emular a sus hermanos reivindicaron su mismo derecho a adentrarse en la Italia renacentista o en la belleza de los Alpes suizos. Pero las que en aquel momento pudieron salir de su entorno cercano lo hicieron porque eran esposas de militares, aristócratas o diplomáticos.
Lady Mary Wortley Montagu Una de aquellas primeras mujeres viajeras fue Lady Mary Wortley Montagu (1689–1762) , una británica que aprovecharía su posición como esposa del embajador británico en Turquía para descubrir el mundo. Un mundo que plasmó en un sinfín de cartas que su hija editaría un año después de la muerte de Mary. “Hasta la fecha estoy muy satisfecha con mi viaje. Tenemos cuidado de hacer todos los días etapas tan cortas que más bien imagino estar en una fiesta de placer y no en el camino”. Unas cartas en las que relató su periplo hasta Estambul y su vida en la ciudad en la que conoció el desconocido mundo de los harenes.
Roger Casement y May French Sheldon, en el Congo, fotografiados por W.L. Royburgh (1904). May French Sheldon Lady Mary Wortley Montagu exploró todos los rincones de Estambul sin que su marido se opusiera a su deseo de descubrir nuevas realidades, igual que la intrépida May French Sheldon (1847-1936) quien a finales del siglo XIX dejaba a su marido en Inglaterra, quien la esperaría fielmente, y se embarcaba a un apasionante viaje por África con el objetivo de descubrir algunos de sus lugares más hermosos. May quería igualmente demostrar con su testimonio, que las mujeres podían salir de sus hogares e iniciar un periplo de ese tipo de la misma manera que lo hacían los hombres.
En un curioso palanquín de mimbre, May French Sheldon se adentró en el corazón de África y entró en contacto con varias tribus. Su fama se extendió entre los pueblos africanos que la bautizaron cariñosamente como “La Reina Blanca del Kilimanjaro”
Lady Anne Blunt (1837-1917), nieta de Lord Byron. Viajar como terapia Otras mujeres viajeras decidieron hacer las maletas por razones de salud, física o mental. Así se lo aconsejó su médico a Isabella Bird (1831-1904) quien encontraría en los viajes su mejor medicina.
La baronesa Lady Anne Blunt (1837-1917) , nieta de Lord Byron, llevaba en la sangre el espíritu romántico de su abuelo, por lo que dejó atrás su vida acomodada y aburrida en Inglaterra para encontrar su verdadera esencia en las áridas tierras árabes junto a los beduinos. Alexandra David-Néel (1868-1969) tampoco pudo encajar en la vida convencional de la burguesía decimonónica parisina. India y el budismo dieron sentido a su existencia. La ciudad prohibida de Lasha abría por primera vez las puertas a una mujer, y esa mujer sería Alexandra, quien encontraría en la vida nómada la mejor manera de vivir.
Maria Sybilla Merian (1647-1717). Investigando el mundo Inquietudes científicas impulsaron igualmente a otras mujeres a conquistar el mundo y descubrir los secretos ocultos de su flora y su fauna. Más de ochocientos dibujos realizó la viajera victoriana Marianne North (1830-1890) en sus expediciones por Jamaica, Brasil, Japón o la India, inmortalizando infinidad de plantas y animales exóticos que serían de gran importancia para la ciencia.
Dos siglos antes, Maria Sybilla Merian (1647-1717) , demostraría con sus viajes a Surinam que los insectos no tenían su origen en el demonio, creencia extendida en su tiempo. Sus detallados dibujos sobre gusanos, mariposas y todo tipo de animalillos que descubrió lejos, muy lejos de su hogar en el corazón de Europa, fueron clave en el desarrollo del estudio de los insectos.
Nellie Bly (1864-1922), seudónimo de Elizabeth Cochrane. Viajera y escritora. Sobre ruedas hacia la emancipación A medida que avanzó el siglo XIX, la presencia de mujeres en barcos, trenes, caminos de todo el mundo pasaría de ser algo extravagante a una estampa cada vez más común. Las mujeres encontraron en los viajes no solo el placer de descubrir el mundo sino demostrar que ese mundo también les pertenecía.
Las bicicletas primero y los vehículos motorizados después, ayudaron a las elegantes damas victorianas a desprenderse de los incómodos corsés y tomar conciencia de que sus limitaciones no eran innatas, eran fruto de la sociedad.
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