La imagen que el cine construyó en torno a Sisi, la última gran emperatriz de Europa no tiene nada de real. Infeliz, depresiva, vigoréxica, con trastornos de la alimentación… Pese a su legendaria belleza, su vida fue una sucesión de trágicos episodios, incluido el de su muerte a manos de un anarquista un 10 de septiembre de hace 125 años. En el Museo Sisi de Viena puedes conocer más sobre su vida y observar sus vestidos y objetos personales .
Retratos del emperador Francisco José y de Sisi, pintados por F. X. Winterhalter en 1895. En las navidades de 1955 se estrenó en Viena “Sissi”, la célebre película dirigida por Ernst Marischka, protagonizada por Romy Schneider y Karlheinz Böhm. La première coincidió con el 118 aniversario del nacimiento de Isabel de Baviera en la Nochebuena de 1837 en el Herzog Max Palais de Múnich. Paradójicamente, las biografías de la actriz austriaca y de Sisi comparten similitudes sorprendentes. Ambas representaban un ideal de belleza y felicidad plena que en realidad no era más que una deslumbrante fachada que ocultaba una desgraciada existencia. Las tres entregas de la taquillera saga cinematográfica popularizaron –además de la incorrecta doble «s» en su nombre– un personaje mitificado, con una vida de ensueño, donde los avatares de la historia adornaban un argumento edulcorado, interpretado por personajes que parecían salidos de la factoría Disney. Pero su biografía no fue precisamente un camino de rosas.
El Sisi Museum de Viena es una visita imprescindible de la capital austriaca. Sisi, días de hiel y rosas A Isabel de Baviera , la cuarta hija del duque Maximiliano de Baviera y su esposa la princesa Ludovica, le deparaba un futuro confortable y amable acorde a su condición aristocrática. La pequeña creció feliz y despreocupada junto a sus hermanos entre el majestuoso palacio de Múnich , donde había venido al mundo, y el castillo de Possenhofen , a orillas del lago Starnberg, donde pasaba los veranos en un ambiente distendido, rodeada de animales y naturaleza.
Apenas tenía 11 años cuando vio por primera vez a Francisco José , primo hermano suyo y futuro emperador de Austria. Aquel primer encuentro no tuvo ninguna transcendencia, algo bien distinto a lo ocurrido cuando se vieron de nuevo algún tiempo después. Fue en 1853, en la ciudad balneario de Bad Ischl . Francisco José ya había sido coronado y su madre la archiduquesa Sofía, hermana de Ludovica, pensaba que iba siendo hora de que el joven emperador sentara la cabeza. Y que mejor si todo quedaba en familia…
Néné, la hermana mayor de Sisi, muy disciplinada y discreta, era la candidata perfecta, al menos eso les pareció a las respectivas madres. Pero cuando se vieron por segunda vez, el joven monarca solo tuvo ojos para aquella hermosa adolescente de 15 años. No se lo pensó mucho, inmediatamente le propuso matrimonio. Ella fue la primera sorprendida y, aunque sobrepasada por las circunstancias, no tuvo más remedio que aceptar, al fin y al cabo nada se le podía negar al emperador de Austria. Su destino estaba sellado.
Una réplica de uno de los vestidos de la emperatriz Sisi. En la Corte de los Habsburgo Tras un breve noviazgo, en abril de 1854, se casaron en la iglesia de los Agustinos de Viena . Desde ese momento, su existencia más que en un cuento se transformó en un auténtico drama . Su personalidad rebelde no encajaba en el estricto protocolo de la corte imperial de los Habsburgo y la tensa relación con su suegra, que no la soportaba , marcó profundamente su vida en palacio. Además, Sisi nunca estuvo enamorada de su esposo, para ella fue una circunstancia impuesta, un matrimonio de conveniencia que no pudo rechazar convirtiéndose en un verdadero calvario que se manifestaba en terribles depresiones . Aún así tuvieron cuatro hijos. Será verdad lo que dicen de que “el roce hace el cariño”. La primera, Sofía Federica, nació en 1855, después vendrían Gisela, Rodolfo y María Valeria.
La primogénita murió de tifus cuando apenas tenía dos años, sumiéndola en una profunda tristeza que alteró su carácter. Fue entonces cuando comenzó a obsesionarse por lo que comía , por su talla y por su aspecto. No fue la única pérdida que debió afrontar. Rodolfo, el heredero de la corona, del que dicen sufría trastornos psicológicos, murió en 1889 en extrañas circunstancias. Algunas teorías sostienen que se suicidó junto a su amante, la joven baronesa María Vetsera, otros en cambio apuntan a que su muerte fue un complot urdido por los servicios secretos austriacos que no veían con buenos ojos sus ideas liberales, aunque hay quien señala a los servicios secretos franceses como ejecutores del crimen. Completamente hundida abandonó Viena y a partir de entonces vistió de riguroso luto.
Una estatua de la emperatriz Sisi, de Hermann Klotz, preside la entrada al museo. Las rutinas de belleza de una it girl Resulta sorprendente descubrir ciertas similitudes de la emperatriz con otro ídolo popular, Diana de Gales . Las dos gozaron de veneración popular, fueron muy criticadas por los círculos aristocráticos y vivieron atrapadas en matrimonios infelices. Ambas padecieron depresiones severas, trastornos de la alimentación (bulimia y anorexia) y estaban obsesionadas con su físico, aún así fueron auténticos ídolos de masas y preceptoras de tendencias.
Sisi mantenía a raya su esbelta figura. Jamás superó los 50 kilos de peso y eso que medía 1,72 m y había pasado por cuatro embarazos. Se ejercitaba durante horas en los aparatos (anillas, espalderas y barras) instalados en una de sus estancias del palacio imperial de Hofburg . A menudo paseaba durante tantas horas que dejaba extenuados a sus guardaespaldas y damas de compañía. Llevaba una dieta estricta en la que evitaba los carbohidratos. Aunque su debilidad por los dulces hace pensar que algún que otro caprichito posiblemente se diera, sobre todo si tenemos en cuenta la tradición pastelera de la capital austriaca.
El Sisi Museum de Viena exibe cerca de 300 objetos personales de Sisi. En su tocador nunca faltaba la Crème à la Fraise de Guerlain. Su formulación garantizaba la protección y la suavidad que su delicado cutis necesitaba. Además el ungüento tenía propiedades blanqueadoras perfectas para mantener sin manchas su piel de porcelana. Sisi fue en su época un filón publicitario para la célebre maison .
Mención aparte merece su larguísima y frondosa cabellera; sin duda, su seña de identidad a la que dedicaba mucho, mucho tiempo. Para que os hagáis una idea, en su rutina capilar diaria invertía alrededor de 3 horas y algunas más cada vez que se lavaba el pelo, que normalmente era 1 vez cada tres semanas. Fanny Feifalik fue su peluquera personal y la creadora de los elaborados recogidos que lucía en público.
Entrada del Museo Sisi. Muerte en Suiza Sisi viajaba asiduamente para evadirse y eludir sus obligaciones pero tras la misteriosa muerte de su hijo apenas pasaba tiempo en Viena. Portugal, España, Grecia, Turquía, Egipto, Francia o Suiza fueron algunos de los países que visitó durante la última década de su vida.
Cuando parecía haber alcanzado cierto sosiego, alejada del asfixiante protocolo de la corte y de las responsabilidades que conlleva la corona, el destino se ensañó de nuevo con ella. Sería la última vez. El 10 de septiembre de 1898 mientras paseaba por la orilla del lago Lemán un hombre se abalanzó sobre ella propinándole un fuerte empujón. Aunque al principio todo quedó en un susto, horas después cayo desplomada en la cubierta del barco que debía llevarla a Montreux, murió esa misma tarde. Fue entonces cuando se dieron cuenta de que el encontronazo no había sido accidental. El transeúnte con el que se había topado era un anarquista desesperado llamado Luigi Lucheni que aprovechando el golpe le había clavado un finísimo estilete en el corazón .
Su cuerpo, junto al de su esposo y el de su hijo Rodolfo, descansa en la cripta imperial de la iglesia de los Capuchinos de Viena, la ciudad de la siempre huyó y en la que no deseaba ser enterrada. Su tumba es uno de los lugares que siguen sus pasos por la capital austriaca, como también lo es el Museo Sisi . Allí, en los apartamentos imperiales del palacio imperial de Hofburg, se exhiben cerca de 300 objetos personales de la legendaria emperatriz. Vestidos originales, joyas, retratos, un tocador en miniatura, sus aparatos de gimnasia, una reconstrucción del lujoso vagón que usaba en sus desplazamientos o la máscara mortuoria son algunas piezas que un día pertenecieron a esta mujer incomprendida, convertida en una figura de culto.
*Las imágenes han sido cedidas por Schloss Schoenbrunn Kultur und Betriebsges.m.b.H. / Severin Wurnig.
Museo de Sisi de Viena Hofburg, Michaelerkuppel Tel. +43 15337570
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