El océano Pacífico rinde homenaje a Tahití y sus Islas concentrando en la esfera nacarada de la perla negra sus tonos oscuros de borrasca y tempestad. Un viaje a la Polinesia francesa nos permite conocer todas las curiosidades en torno a estas maravillas de la naturaleza. Descubre las maravillas de la perla negra de Polinesia.
Mujer polinesia. La Polinesia Francesa, un destino perfecto para viajar sola o en compañía, invita a observarla desde el aire y descubrirla bajo el mar. Por la ventanilla del avión se suceden islas, volcanes, selva y océano. Y cuando ya la retina está hecha al esplendor, aparece Fakarava y te vuelves a sorprender.
La silueta que dibuja Fakarava, el segundo atolón más grande de Tahití después de Rangiroa, es la de un cinturón coralino delimitando la laguna en la que, como botones flotantes, se sitúan centenares de islotes “motus”.
Fakarava pertenece al archipiélago de Tuamotu , uno de los cinco que forman la Polinesia Francesa . En el año 2007 fue declarado Reserva Natural de la Biosfera por la Unesco. Su extensión es de 60 km de longitud y 25 km de ancho, y cuenta con el paso más amplio de todas las islas, el Paso Norte de Garuae, que tiene 1.600 metros de largo. El agua mansa y turquesa de la laguna se oscurece allí con el azul de la mar brava que intenta romper la paz del atolón, pero lo único que consigue es un torbellino marino en el que la naturaleza mezcla en su paleta los más hermosos azules.
Las perlas de Tahití se generan en la ostra de labio negro Pinctata Margaritifera . Las joyas de Polinesia Las perlas de Tahití y sus Islas , genuinas de estos archipiélagos, son concreciones de perla segregada dentro de la ostra de labio negro Pinctata Margaritifera , que tiene finas capas de nácar con sustancias orgánicas de carbonato de calcio en forma de aragonita. Se crían en los viveros de perlas de los atolones y sus colores fluctúan en la gama de grises-negros, pasando por una serie de tonos de una belleza natural indescriptible, como pueden ser el negro verdoso-pavo real, el gris verdoso-pistacho, el gris azulado-lavanda o el misterioso gris oriente, entre otros.
Desde los años sesenta o setenta, esta «enfermedad» de la ostra puede inducirse, pero antaño, cuando los pescadores se sumergían a pulmón, era prácticamente imposible que tuvieran la suerte de encontrar una ostra a la que accidentalmente se le hubiera metido un grano de arena o de coral dentro de su concha para, al no poder expulsarlo, protegerse aislándolo con secreciones de nácar, creando así la madreperla.
El atolón de Fakarava, con sus aguas cristalinas, es el paraíso de las ostras. Las granjas de perla negra de atolón de Fakarava El atolón de Fakarava, en el archipiélago de los Tuamotu, con sus aguas cristalinas, sin contaminar, es el paraíso de las perlas. Una granja tras otra se suceden a la orilla del mar y de su profundidad emergerán esos guisantes perlados que iluminan la piel. Al visitar las instalaciones y observar su rudimentaria forma de crianza, es difícil imaginar el destino final de aquella hermosa enfermedad de la ostra llamada perla.
Un buceador emerge de las aguas con el preciado botín de ostras extraídas de los viveros que, aún cubiertas de algas y de incrustaciones, pasarán al proceso de lavado y posteriormente serán devueltas al mar, donde limpias una vez más, ordenadas y atadas se sacarán a la superficie cada tres meses, para sanearlas de nuevo, hasta que cumplan los catorce meses necesarios para que la ostra enferme y se forme la perla, cogiendo el color de la capa de su madreperla.
El azul del mar y el de cielo se confunden en las islas de Polinesia. En las granjas de Fakarava se ve a los “cirujanos” abrir con precisión la concha para introducir en su interior una bolita de nácar y un trocito de epitelio de otro bivalvo y así, esperando que no lo expulse, lo envuelva hasta crear la perla perfecta, que según las estadísticas fluctúa entre el 5 y el 7 por ciento de la producción.
La perfección de la perla se valora por la lisura de su esfera, una redondez perfecta, por el diámetro que suele oscilar entre 8-16 mm y, finalmente, por el tono.
Mitología Polinesia Para la mitología polinesia, las perlas tienen su luz propia interior y pertenecen a Rua Hatu, dios del mar, que las utiliza para alumbrar su reinado. Sin embargo, fue Oro, dios de la guerra y de la paz, quien las descubrió a los humanos, pues enamorado de una mortal, Vairaumati, le regaló la perla Poe Rava como prueba de amor, un espejo perlado, transparente como el agua, en homenaje a la superficie del océano, y la Poe Konini que lleva marcados en su esfera los anillos de Saturno. Las Te Ufi , u ostras pinctada margaritifera , se las ofreció al género humano en recuerdo de su paso por la Tierra.
Sabiduría para la antigua China, lágrimas de Adán en Ceylán, signo de amor eterno o ejemplo de belleza como resultado de la imperfección en Polinesia, la perla negra siempre ha sido objeto de bellas leyendas y símbolo de realeza y unicidad.
Las perlas, el motor económico en las islas El cultivo de las perlas es uno de los principales negocios de las islas; complemento ideal para el turismo que las visita por el placer de ver y comprar joyas únicas y también por la curiosidad de observar el proceso de su crecimiento. Los trabajadores, artesanos en realidad, de las perlas negras de Tahití, suelen ser una mezcla de nativos y de chinos emigrantes, a los que se les permite tener, a la espalda de los barracones, su huerto particular. Mientras cultivan las perlas del mar, hacen lo mismo con sus lechugas y otros vegetales que luego venden a domicilio cargados en sus bicicletas.
Granjas donde se sumergen las ostras para que críen las perlas. Estos detalles, y muchos más, los explica Valentina, encargada de la biosfera. Tras la visita al mundo de las perlas, nos conduce a la playa donde espera una lancha con un espontáneo «capitán»: el policía del pueblo que, como tiene muy poco trabajo (en Fakarava hay escasa delincuencia), se dedica a pescar y navegar en sus muchos ratos libres.
El principio del mundo La motora se adentra en la laguna y el silencio es lo único que se escucha. Nadie se atreve a profanar ese instante único en que el cielo se ha fundido con el mar de tal manera que es imposible separar el uno del otro. Una voz rompe el silencio para decir: «¡Esto es el fin del mundo!». A lo que Valentina contesta, sin perder la sonrisa: «No, es el principio».
La barca va tragando millas y el panorama cada vez es más insólito. No hace falta sumergirse para ver el fondo marino con toda claridad. Bosques de corales, peces de todos los colores y plantas marinas se ven en la más cristalina de todas las aguas. Como un collar de las perlas que da su mar, los «motus» bordean la laguna y, según cuenta Valentina, antaño en cada «motu» vivía una familia y de cuando en cuando había peleas tribales por el tema inmobiliario del archipiélago y la familia vencedora embargaba el «motu» de la otra como botín.
Niña con corona de flores en Polinesia. Riqueza natural en los “motus” Los «motus» no son todos iguales. La riqueza desbordante de la biosfera del atolón hace que prácticamente cada islote tenga su particularidad. En unos crece el cocotero o el árbol del pan, en otros la palmera autóctona de Tuamotu y está aquel en donde los pájaros anidan, especialmente el martín pescador o alguna de las dos especies de aves endémicas de Fakarava.
Es una delicia pasear entre la espesa vegetación del «motu» e ir descubriendo una cabeza todavía sin plumas que asoma tímidamente del nido y apenas sabe desplegar las alas. Los habitantes marinos de la laguna también son de otra índole que los de mar abierto e incluso hay algunos crustáceos, como las cigalas de mar y las gambas «oiti iti», que son oriundos de esas aguas.
Está rigurosamente prohibido pescar por diversión o deporte; la pesca solo se contempla para la alimentación, ni siquiera para la venta, puntualiza Valentina cuando el capitán aminora la velocidad, se detiene en medio del atolón y nos invita a andar por las aguas. Valentina es la primera en saltar y, ante la perplejidad del resto, camina por la lengua de arena tan blanca, tan impoluta, que se confunde con el agua y apenas se le adivina.
En los pueblos del archipiélago vive una población sencilla y agradable. Tetamanu La barca se dirige a Tetamanu , el pueblecito donde se encuentra la entrada sur del atolón. Un ‘village’, unas cuantas casas, una de las iglesias católicas más antiguas de la Polinesia Francesa (data de 1874 y está construida con coral), dos tumbas ancestrales, una escuela como de juguete y gente hospitalaria lo componen. Una niña juega a pescar un pez payaso, que le sigue el juego y gira una y otra vez alrededor de la caña, mientras otro chaval construye una tarta de arena que decora con frutos y hojas y la abuela, con sus flores en el cabello, los vigila a los dos. Enfrente la corriente multiazul de la entrada sur de Tumakohua lucha por romper la armonía.
Guía práctica de Polinesia Cómo llegar Air France conecta con varios aeropuertos españoles vía París, escala en Los Ángeles y aterrizaje en el aeropuerto internacional de Papeete en la isla de Tahití. Entre Papeete y Fakarava hay vuelos domésticos una vez al día durante todo el año con Air Tahiti .
Donde alojarse Las pensiones o “villages” son la forma de estancia de Fakarava. Cada una tiene su encanto particular y el rasgo común de la familiaridad y hospitalidad de los propietarios.
• Pensión Tokerau Village . Situada a la misma orilla del mar en Rotoava al lado de la entrada norte del atolón: Garuae. Los dueños, la familia Bordes, son excelentes cocineros y la comida casera a base de pescado y verduras es exquisita. Tienen servicio de buceo con monitor. Cuenta con 4 bungalows y media pensión.
• Pensión Tetamanu Village . La única donde alojarse y conocer el pueblo de Tetamanu en la entrada sur del atolón: Tumakohua. Tiene 6 bungalows a modo de palafitos sobre el agua.
• Hotel Le Matai Dream Fakarava . Situado al lado de la playa de la entrada norte en Rotoava, cuenta con todas las facilidades modernas y una gastronomía franco-polinesia deliciosa, amenizada por los cantos polinesios y por su baile popular el tamuré.
Más información • Visita a la granja de perlas de Hinano .
• Museo de Perlas de Papeete (robertwan.com).
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