Hay ocasiones en que necesitamos pararnos y observar con otra perspectiva. Por eso te invitamos a que viajes a través de la fotografía a lugares que pueden resultarte familiares pero que vas a contemplar de una manera única. Una mirada sugerente a espacios del territorio nacional que te están esperando. Universo de marismas en el entorno de Doñana. 1. Bahía de Cádiz, universo de mar No es un paisaje de ficción, pero sí de película si has visto La isla mínima . Un metraje asfixiante de ambiente policíaco desarrollado en las marismas arroceras de Sevilla y en los paisajes líquidos de la Bahía de Cádiz. Estos parajes se transforman al ritmo de las mareas dejando fondos arenosos e islas a la vista y discurriendo con hilos de agua esmeralda a medida que el agua marina circula en su vaivén continuo a merced de las mareas. Un panorama de marisma siempre diferente que solo disfrutan desde esta perspectiva los bandos de aves migratorias que transitan en las inmediaciones del Parque Nacional de Doñana , pues se extiende en torno a la desembocadura del Guadalquivir. Tan fascinantes resultaron las localizaciones cinematográficas de playas, estuario fluvial, brazos de mar y la isla Mayor que se diseñó la ruta turística Isla Mínima.
Cerezos de Ezcaray. 2. Cerezos riojanos, a los pies de Ezcaray Un poco de orden siempre viene bien, y más en tiempos caóticos como los que vivimos. Hemos seleccionado la armonía de una plantación de cerezos riojana para hacerte volar sobre su blanco primaveral o su colorido, del amarillo al rojo, en momentos otoñales. Imagina que estás a los pies de la Sierra de Ezcaray , disfrutando de las aguas que bajan por sus pliegues montañosos alimentadas de la nieve de sus cumbres, entre los pequeños núcleos de Villaverde de Rioja y Cirueña. Si te echas a la sierra, te esperan los cerezos silvestres trepando ladera arriba. Si te apetece más quedarte entre pueblos opta por San Millán de la Cogolla , en cuyos monasterios de Suso y Yuso todo comenzó para una lengua común, pues es donde se guarda el primer documento escrito en castellano.
Monegros desde el aire. 3. Los Monegros, una estepa para perderse A caballo entre Huesca y Zaragoza surge uno de los paisajes más fascinantes de Europa. La comarca de los Montes Negros –lo que significa su denominación Monegros– es una estepa exclusiva de nuestro continente. Con una régimen de lluvias muy escaso, está a las puertas de ser considerada un desierto. Sin embargo, lo desmiente la riqueza de vida silvestre que alberga. Las especies que solo viven en este lugar lo convierten en un territorio a explorar por rutas que nos llevan a sentirnos en el Lejano Oeste . Desde el aire, atrapadas en la singularidad de su aridez, nos hemos prendado de los curvilíneos diseños que los agricultores hacen en su paisaje para abarcar cualquier porción del terreno en la que extender cultivos de trigo y cebada.
Valles Pasiegos desde el aire. 4. Rural sin filtros, territorio pasiego Entre Burgos y Cantabria, los ríos Pas, Miera y Pisueña son el secreto mejor guardado de la cultura rural cántabra más auténtica, la pasiega. Sus perfiles montañosos son testigos de que estar aislados no significa detener la vida. La dificultad de la geografía unió a sus habitantes gracias a una vida nómada y un carácter reservado. La cabaña, rodeada de prados cuidados con mimo entre el robledal, permitió la comunión y encuentro de sus gentes precisamente en los lugares más altos a través de las montañas que los separan. Antes de partir, date una indulgencia termal en el balneario de Liérganes o viaja en el tiempo penetrando en las cuevas paleolíticas de Puente Viesgo . El Castillo y Las Monedas te sorprenderán con su arte rupestre, entre los más fascinantes del Cantábrico.
Viñedos de La Geria, en Lanzarote, desde el aire. 5. Las uvas del volcán, La Geria Da igual por donde la mires, la comarca lanzaroteña de La Geria es el paisaje agrícola más extraordinario de la isla. Pero desde el aire parece un mosaico de lunas negras por los muretes de roca volcánica con que protegen primorosamente cada viña del viento. Así, además, se favorece que acumulen la escasa humedad reinante bajo su cubierta de lapilli o picón volcánico. Las pocas y larguísimas ramas de las viñas de la variedad malvasía que se cultivan en cada hoyo cónico son la seña de identidad de un idilio de los campesinos isleños con los volcanes sobre los que viven. Es un lugar telúrico donde la ancestral sabiduría vinatera hace un milagro con el esmero del viticultor por su cultivo manual. Matices frescos y la alegría de la acidez convierten sus racimos dorados en el apreciado vino que elaboran las 14 bodegas de la isla, que se empeñan en envasar la fuerza del sol africano y la de los volcanes.
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