Periodista de viajes, curiosa por naturaleza y una gran viajera. Enamorada de Estambul y de Marruecos, nunca dice «no» a una nueva aventura; la última, seguir lo pasos de expedicionarios como Shackelton, Scott y Amundsen en su conquista del Polo Sur. Elena del Amo nos cuenta sus aventuras y algún que otro secreto en nuestra sección Mujeres Etheria, dedicada a mujeres inspiradoras.
Elena del Amo en la Antártida. © Luis Davilla Si hubiese que indicar únicamente dos rasgos por los que destaca Elena del Amo, además de por su maestría con la pluma, sería su implicación personal en proyectos humanitarios y la ilusión y el respeto por la profesión periodística, a pesar de la incertidumbre y los cambios del sector en estos últimos tiempos.
Aunque Elena confiesa haber estudiado Periodismo casi por eliminación, su trayectoria en medios y como profesional freelance en cabeceras como Viajar , Hola Viajes , dominicales de El Mundo y La Vanguardia y el programa Gente Viajera , de Onda Cero, entre otros, confirman que no erró en su elección. Su formación complementaria, con un postgrado en ‘Información Internacional y Países del Sur’, y un máster de ‘Relaciones Interculturales’, además de su facilidad para aprender idiomas, también aportaron su granito de arena para gestar a una periodista de viajes de “raza”. Siempre inquieta, ha vivido, además de en Madrid, en Inglaterra, París, una ciudad pequeña de Alemania y «en un pueblito minúsculo de Suiza», de forma intermitente.
A través de las respuestas a las siguientes preguntas, comprobaréis que Elena del Amo es una gran comunicadora, ya que nos relata recuerdos, fracasos, anécdotas e interesantes experiencias viajeras, de las que se puede aprender mucho, con total naturalidad.
En un autorickshaw en la India. © Luis Davilla Elena del Amo, periodista y viajera 1. ¿Cuál es el primer viaje que recuerdas? El primero que no fuera un viaje de estudios o familiar, fue con mi amiga Pati, cuando teníamos 17 años, un par de semanas a una playa de Málaga . Es a lo que nos daba el presupuesto y fue un desastre, pero volvimos cambiadas. Nada más llegar, después de toda una noche de autobús, nos fuimos temprano a la playa y, como queríamos ser modernas, nos pusimos en topless . Nos quedamos dormidas y al abrir el ojo teníamos a los obreros de una obra cercana en corro alrededor, mirándonos mientras se comían el bocadillo. Además, jamás habíamos montado una tienda de campaña y, como estábamos en un camping, rara era la noche que no se nos caía encima. Tampoco ayudó que la plantásemos en un secarral sin percatarnos de que ahí no daba la sombra jamás, por lo que mi amiga tenía que despertarme con unas gotas que me subían la tensión cuando se dio cuenta de que, con la solana, no es que siguiera durmiendo dentro del saco, es que estaba desmayada . Y, aunque nuestro plan era salir de marcha sin mirar el reloj por primera vez en la vida, lo hicimos apenas un par de veces.
Había tanto turismo y nos gustó todo tan poco que pasábamos los días en una terraza muy rancia haciendo planes de futuro. De vuelta a casa no volvimos a pisar una discoteca y empezamos a visitar exposiciones en Madrid, y a fabricar artesanías de cuero que vendíamos de “extranjis” en el Rastro . A nuestros padres, sin quererlo, les salió la jugada redonda.
Al borde la piscina del Diablo en las Cataratas Victoria. © Luis Davilla 2. ¿Cuál es tu principal motivación al viajar? Es de lo que vivo, y a veces me toca viajar a sitios que no me interesan particularmente, pero la mayoría sí. De algunos te engancha la cultura, de otros la naturaleza, la cocina, la gente… Seguir conociendo es lo que hace que casi nunca me dé pereza hacer la maleta.
3. ¿Qué consideras que te han aportado los viajes? ¿Por qué los aconsejarías? Infinidad de experiencias y situaciones que no habría tenido dedicándome a otro oficio, y un acercamiento bastante más real al lugar y su gente que cuando vas de vacaciones. Llevar toda la vida viajando me ha dado un conocimiento muy global del planeta que me encanta tener y seguir ampliando, y me ha alejado de estrecheces de miras como para mí lo son, por ejemplo, los nacionalismos. Ni me hace vibrar la bandera de España ni me haría vibrar (¡espero!) la senyera o la ikurriña de ser catalana o vasca, y eso no tiene por qué estar reñido con que a cada uno le guste o le tenga más cariño a lo suyo. He visto grandezas y miserias en los lugares más insospechados. Las fronteras las hemos inventado los hombres y pueden venir muy bien para organizar los territorios, pero no te definen como mejor o peor que el otro.
Yo le recomendaría viajar solo a quien esté dispuesto a abrirse a otros mundos y a otras lógicas. Y a quien de verdad le guste… Respeto mucho a quien dice que no le gusta viajar. Eso es honesto; más que viajar para presumir de estatus o tirarse el pisto enseñando fotos. Conozco a muchos que pasaron por el mundo, pero el mundo no pasó por ellos.
4. Si pudieses elegir un compañero de viaje… Si viajo por trabajo, me conviene ir con fotógrafo, desde que dejé la revista Viajar , casi siempre voy con el mismo por su forma de trabajar, disponibilidad y porque él suele ser mejor que yo en la labor comercial, a pesar de que con nadie me peleo como con él. Una amiga me dijo una vez que parecíamos los Ropper (referencia viejuna, sí) y tenía toda la razón. ¿Un compañero de ficción? Maqroll el Gaviero , el personaje de Álvaro Mutis, pero ya sé que no funcionaría con semejante alma libre. Si de cerca todos somos raros, a mi Maqroll se le ve venir a la legua.
Viaje en tren en Sri Lanka. © Luis Davilla 5. ¿Sueles planificar tus viajes? En los de trabajo trato de llevarlo todo lo más atado posible, aunque dejando tiempo para estar a mi aire… Si son vacaciones, planifico lo esencial, como el transporte y, a lo sumo, el alojamiento. Me encantaba viajar con dos amigas que, como yo en vacaciones, no van con la lista de todo lo que hay que ver. De no hacerlo así, para mí sería demasiado parecido al trabajo. Un año nos fuimos dos semanas solo a Río de Janeiro y subimos al Cristo del Corcovado casi el último día. Ahora tienen niños y ese plan se ha complicado.
6. ¿Cuál ha sido tu mejor viaje? El que recuerdo con más cariño fue mi segundo viaje a Malí , que no fue un viaje de trabajo sino un proyecto personal. Después de un primer viaje y casi dos años buscando financiación, conseguí, junto con un grupo de inmigrantes del pueblito de Diougounté –que trabaja en Madrid–, convertir en realidad la radio comunitaria con la que querían darle voz a los maestros de la escuela y al médico y la matrona del dispensario sanitario.
Ambos edificios los construyeron ellos y sus sueldos también los pagan ellos, pues con el Estado allí no se puede contar y menos en zonas tan remotas. Ni lo de ir al cole ni al que llaman el “hospital” es parte de su cultura, por lo que colarse en las casas a través de las ondas ha sido la forma de concienciar de sus beneficios a los padres y que obliguen a los niños (¡y las niñas!) a ir a clase, o que no se vaya al dispensario solo cuando alguien está muy grave, pues la lógica allí es que en el hospital se muere la gente y se resisten a ir.
Elena con sus compañeros de la Radio Comunitaria de Mali. La radio que montamos se oye a unos 70 km a la redonda, en una zona de pueblos desperdigados donde no hay ni carreteras ni teléfono. Es decir, que también sirve desde para avisar de una boda o un fallecimiento hasta de una campaña de vacunación. Yo les ayudé a buscar parte del dinero (lo que faltaba lo reunieron entre los inmigrantes dispersos por países menos pobres de África y de Europa), a darles unas nociones básicas a los chavales que iban a hacer de locutores y a diseñar una programación orientada en buena medida al desarrollo.
Había que negociar muchos aspectos peliagudos con los “Notables”, los jefes del pueblo, adorables pero bastante retrógrados, y, supongo que por agradecimiento, me pidieron que lo hiciera yo. Pero no le vi sentido. Soy mujer y blanca, y en ese contexto iba a ser mucho más eficaz que lo hiciera un local, evidentemente un hombre. Por lo que contratamos a un experto de la capital que ya había montado varias radios comunitarias por el país y se quedó en el pueblo hasta que quedó todo rodado.
Eso sí, les sugerí que, además de locutores, también debería haber locutoras, y localizaron a dos chicas felices de embarcarse en el proyecto. ¡Roma no se hizo en un día!
Mercado en Uganda. © Elena del Amo 7. ¿Y tu último viaje? Estuve entre enero y febrero “confinada” todo un mes (¡bendito confinamiento aquel!) en un barco de expedición recorriendo desde Nueva Zelanda el Mar de Ross, la remotísima zona de la Antártida por la que Shackelton, Scott y Amundsen abordaron la conquista del Polo Sur. Lo que más me gustó fue desembarcar en una playa alfombrada por un millón de pingüinos con sus crías, ver cazar a las orcas entre las franjas de hielo, y a los leones y orondos elefantes marinos defendiendo hasta el agotamiento sus harenes de hembras; caminar a solas durante horas por una naturaleza tan descomunal que se pierden las referencias.
Como en el barco solo íbamos 50 pasajeros, no teníamos las restricciones de los buques grandes, que son los que suelen ir a la zona de la Antártida a la que se accede desde Argentina y Chile. Allí es habitual desembarcar por turnos y tiempo limitado o, como el barco sea muy grande, no dejan desembarcar a nadie y lo ves todo desde cubierta.
Sólo unos 100 viajeros al año pueden llegar a este punto de la Antártida. © Elena del Amo Me emocionó entrar en las cabañas de Shackelton y Scott (no se conserva la del noruego Amundsen, que fue quien se llevó el gato al agua y ganó esta loca carrera por conquistar el último territorio que le quedaba por llegar a la Humanidad) y sentir las penurias de aquellas expediciones de hace poco más de un siglo, sin Gore-Tex en semejante entorno y sin billete asegurado de vuelta. También las charlas que impartían a bordo biólogos y naturalistas durante los muchos días de solo navegación, o admirar los acantilados de hielo de la Barrera de Ross , como la muralla de un castillo que hubiera congelado un maleficio.
Y, desde luego, compartir todo un mes con gente que en su mayoría superaba los setenta, australianos y neozelandeses casi todos, con historias increíbles a sus espaldas; gente que había viajado toda la vida y, mientras el cuerpo aguante, no tenían intención de dejar de hacerlo, fuera a la vuelta de la esquina o a la Antártida. Lo único malo, el mareo brutal de los primeros días en semejante mar y en semejante cascarón: el Akademik Schokalskiy , un antiguo barco de investigación ruso que, a pesar del precio astronómico del viaje, de lujo no tenía nada. El lujo era estar allí, donde cada año van de media entre 100 y 300 afortunados.
Paisaje de la Antártida. 8. ¿Qué tres viajes que hayas realizado recomendarías especialmente a una viajera? Estambul , mi lugar favorito del planeta. Es una ciudad de esas que puedes volver una y mil veces y no te la acabas de todas las capas que tiene.
Marruecos es mi debilidad, aunque por supuesto también ahí haya aspectos de su sociedad que no me gusten y, a veces, me desesperen. Es un destino tremendamente exótico a las puertas de casa, y la gente, la mayoría, te llega al alma en cuanto notan que aprecias lo suyo, que tienes curiosidad por saber más… hasta te diría que por no considerarles “sospechosos” por ser musulmanes, como hacen tantos “cristianos”. Infinidad de perfectos desconocidos me han hecho favores sin esperar nada a cambio, y si no he ido cincuenta veces a Marruecos no he ido ni una. Eso sí, hay que saber moverse y hacerlo con humildad y respeto. He pasado mucha vergüenza viajando con gente prepotente que, por funcionar a su manera sin tener en cuenta cómo te perciben, se ha llevado buenos chascos.
Y añadiría, sobre todo para una mujer aunque sorprenda, Irán . Es tremendamente seguro, una sociedad interesantísima muy polarizada entre islamistas y prooccidentales donde es fácil comunicarte en inglés y hasta alojarte en casas particulares, por ejemplo con Airbnb. Si contactas con gente local, que allí es facilísimo porque los prooccidentales directamente te abordan por la calle para charlar, vas a conocer un Irán totalmente distinto al oficial. Si en el oficial está todo prohibido, desde Facebook al alcohol, de puertas para adentro no se cortan en poner a caldo a los de las barbas mientras compartes un buen vino de Shiraz que ya saben ellos cómo conseguir.
Torre de las Doncellas, en Estambul. Mis tres viajes pendientes son Etiopía, Nueva Zelanda y poder volver a mi adorada Siria.
9. ¿Qué país te ha ganado con su gastronomía? ¿Destacarías algún plato o producto? En Vietnam y Japón he disfrutado a la mesa cada día y sin necesidad de que te pasen la Visa por la yugular. Japón tiene fama de caro y muchas cosas lo son, pero puedes comer maravillosamente por hasta menos de 10 €.
Italia es otro destino gastronómico (¡y no solo gastronómico, claro!) de primera y con mucho más que pizzas, aunque una pizza de las buenas a mí, que tampoco mato por el marisco, me gusta más que un percebe. En Turquía , injustamente conocida aquí solo por sus kebabs, también se come de escándalo.
Y, sin ser nada nacionalista, te aseguro que en pocos lugares se come (¡y se bebe!) tan rico y a buen precio como en España. Al inventor del pata negra habría que guardarle un sitio en el cielo. Y también al del champagne. Juntos, para mí, es el mejor maridaje.
Cena vegetariana en un templo budista de Koyasan (Japón). © Elena del Amo 10. ¿En qué medio de transporte prefieres viajar? Menos en autobús y en cruceros mastodónticos, creo que en todos. Me encanta el ambiente de las grandes estaciones y los aeropuertos, a pesar de lo que ha decaído la cosa ahora que muchos viajan solo porque es barato, queda bien y ni han leído de adonde van… Crucé el Atlántico en un velero con ocho desconocidos que ahora son todos amigos, y también he alquilado barcos con amigos (no tiene por qué necesariamente ser caro ni elitista) y nada me ha divertido y relajado más.
Una escapada en coche, sola o en buena compañía, también puede ser un viajazo aunque sea a la vuelta de la esquina.
11. ¿Qué hotel te ha impresionado más y por qué? He estado en muchos hoteles de película, y en otros que Luis Davilla, el fotógrafo con el que suelo trabajar, bautizó una vez como “perreras”. Unos y otros, siempre que estos últimos tengan un punto surrealista y estén limpios, me encantan. Entre los de nivel me impresionó el Peninsula de Hong Kong , con hasta una flota del Rolls Royce a la puerta para los huéspedes, pero me gustó más aún La Mamounia , en Marrakech , sobre todo porque lo conocí cuando aún no estaba abierto al público. Me mandaron del periódico El Mundo a hacer un reportaje de cómo iba a quedar el hotel tras su última restauración, y estaba allí Jacques Garcia , el decorador francés que lo había diseñado todo. Encantador, me contó desde cómo el propio rey de Marruecos se había involucrado en el proyecto hasta cómo se echó a llorar la jefa de las gobernantas cuando vio las alfombras de blanco inmaculado que habían puesto en las habitaciones solo de imaginar lo que iban a tener que limpiar cuando los huéspedes llegaran con los zapatos llenos de polvo.
Todo el hotel desprendía un aroma sutil y elegantísimo, como a cuero y azahar. Ahí aprendí que muchos grandes hoteles le encargan a un perfumista el diseño de un aroma exclusivo para que, siendo el olfato el sentido que más memoria tiene, los «repetidores» lo reconozcan y se sientan en casa.
Elena en Denis Island, una isla privada de Seychelles. © Luis Davilla 12. ¿Qué es lo que nunca falta en tu bolsa de mano? Desde hace un par de años, ¡las gafas para la presbicia! Siempre llevo cosas pendientes de leer sobre el destino al que esté yendo, además de un bloc de notas (imprescindible que sea bonito, del tamaño de una mano, con tapa dura para apoyar cuando escribo sobre la marcha y de espiral) y muchos bolis también bien elegidos, de esos que deslizan tan bien que da gusto escribir, pero que no explote la tinta con la presión del avión. Y el libro que tenga entre manos si no es muy gordo o el iPad.
Odio hacer rápido la maleta y olvidarme los tapones para los oídos y el antifaz, porque, con mi buen dormir, los vuelos largos me sirven de cura de sueño. Si te olvidas del antifaz hacen el servicio las gafas de sol, que también llevo siempre a mano, junto con un mini neceser para el avión.
13. ¿Escribes un listado antes de hacer la maleta? ¿Cuáles son tus cinco imprescindibles? Como no lo haga, me olvido de cosas importantes. Procuro ir escribiendo una lista en los días previos, ya que prefiero viajar con una maleta mínima y con ropa bien pensada. Llevo lo que llevaría en mi día a día por Madrid: ropa cómoda (¡pero no a lo turista zarrapastrosa!) con la que, en la mayoría de los sitios, podrías pasar por un local. Y, sobre todo, zapato cómodo. Ah, y lo que decía mi abuela de “el saber no ocupa lugar” yo lo aplico al bikini. No pesa y nunca sabes cuándo le puedes sacar partido.
Elena posa con botes de medicamentos chinos. © Luis Davilla Recuerdos al uso no compro. No me gustan las casas que parecen el Museo Antropológico con tanta máscara del País Dogón, tanta lanza masai y tanta hamaca amazónica fuera de contexto. Lo que me traigo sin falta son productos perecederos. Es decir, comida rica. Me he traído en la maleta carne de Argentina (me la congelaron la noche antes en el hotel y llegó perfecta para una barbacoa con mi familia), botes de berenjenas asadas de Turquía , latas de hummus de Omán , quesos y mantequillas (de las buenas) de medio mundo… Ah, y semillas de flores, tomates (¡a ver si consigo alguno que tenga sabor!) y hierbas aromáticas que intento cultivar en mi terraza, aunque con mi poca mano y mucho viaje les doy mala vida. Lo mejor, cuando me traje una selección de mozarellas, burratas y stracciatellas de la Puglia –el maravilloso “tacón” de la bota italiana–, y convoqué a unas amigas a cenar eso, y solo eso, según llegaba del aeropuerto. ¡Aún me lo recuerdan!
15. ¿Hay alguna mujer en el sector turístico que admires y que te gustaría proponer para esta sección de Mujeres que inspiran? Como profesional y como amiga, a Lola Escudero, hoy Directora de Comunicación de Lonely Planet y Geoplaneta, aunque de mucho antes Secretaria General de la Sociedad Geográfica Española (SGE). Tiene una capacidad de trabajo pasmosa, sabe de todo y conoce a todo el mundo, y a través de la SGE hace una labor increíble, amén de ser una mujer divertidísima.