En pleno siglo XX –y comienzos del siglo XXI– vivieron una serie de mujeres que lograron destacar en un universo literario e intelectual donde no lo tenían nada fácil. María Moliner, Ana María Matute y Carmen Martín Gaite se suman a nuestras rutas por la España de las grandes autoras y nos llevan a Salamanca, Barcelona y Zaragoza, sus entornos más íntimos.
Ana María Matutes, Carmen Martín Gaite y María Moliner. Esta serie de artículos iniciada con la Ruta I que nos llevó a las ciudades que marcaron a María Zambrano, Gloria Fuertes, Josefina Aldecoa y Emilia Pardo Bazán ; siguió con la Ruta II y el entorno más cercano de Carmen de Burgos, Rosa Chacel y María de Maeztu ; finaliza ahora con la Ruta III dedicada a Ana María Matute, María Moliner y Carmen Martín Gaite. A continuación encontraréis una pequeña biografía con los lazos que las unen a las ciudades de Barcelona, Zaragoza y Salamanca.
Ana María Matute. © Wikimedia Barcelona y Ana María Matute (1926-2014) Aunque Ana María Matute nació y murió en Barcelona , ella vivía en un mundo secreto, poblado de fantasía e imaginación, que ella misma fue trasladando poco a poco a las páginas de sus libros: ‘Los niños tontos’, ‘Primera memoria’, ‘Olvidado Rey Gudú’, ‘Paraíso inhabitado’…. Viajera incansable (“me gusta viajar porque sales de tu ombligo” ), pasó parte de su infancia en un bonito pueblo de La Rioja, Mansilla de la Sierra , hoy anegado por las aguas de un pantano, que nunca olvidó.
Pero Barcelona fue su ciudad amada , el escenario de los episodios más singulares de su biografía. Aquí pasó la guerra, la posguerra, los tiempos mejores… y los de su reconocimiento como escritora. Académica, Premio Cervantes y pionera en tantas cosas, Ana María Matute fue una niña asombrada y mimada en una Barcelona que no le gustaba en su primera juventud. Vivía muy cerca de la Plaza de Cataluña y entonces todo le parecía gris, quizá por eso se refugió en los cuentos… Y eso fue así hasta que se despidió del mundo real, con 88 años.
Era una Barcelona traspasada de soledad, la de su juventud, que ella sorteaba en los años 50 escapándose a las tabernas del Barrio Chino, algo inaudito para una chica de familia burguesa como ella.
Plaza de Cataluña, en Barcelona. Y eso lo combinaba con sus visitas al Hotel Ritz , donde asistía a fiestas y puestas de largo de sus amigas y donde también recibió el Premio Nadal en el año 1959 por su obra ‘Primera memoria’ en una noche memorable. “Barcelona ha tenido la suerte de haber estado más cerca de Francia de que Navalcarnero”, decía. Sin embargo, era una Barcelona triste aquella donde Ana María Matute descubrió el amor y la esperanza. “Aquella Barcelona donde yo conocí por primera vez los barrios corruptos, los barrios malvados, era la Barcelona de mi inocencia. Porque yo era inocente, muy inocente”.
Durante los últimos años de su vida, su casa estuvo en la avenida Virgen de Montserrat de Barcelona, y aquí recreó a su manera los escenarios de la ciudad que veía desde su sobreático: la Ronda del Guinardó y el Carmelo. Barcelona se coló en alguno de sus libros, pero bañada por la memoria, la nostalgia y la magia. Ahí está ‘Luciérnagas’, una novela protagonizada por Sol Roda, una adolescente de familia acomodada que ve cómo su entorno familiar y social se descompone con el estallido de la Guerra Civil.
Ana María Matute vivió la época de la Gauche Divine en Barcelona , con Carlos Barral, los hermanos Goytisolo, José María Castellet, Esther y Óscar Tusquets y Ana María Moix. Fueron años felices aquéllos, hasta que el silencio y la depresión se apoderaron durante unos años del alma de la escritora y sólo logró salir del mutismo gracias a ‘Olvidado Rey Gudú’, uno de sus grandes éxitos literarios. Y a partir de entonces consiguió habitar hasta el día de su muerte un universo de palabras, los versos de un país de las maravillas.
Carmen Martín Gaite. © Archivomartingaite.es Salamanca y Carmen Martín Gaite (1925-2000) “He jugado mucho en la Plaza de los Bandos de Salamanca. Lo he recordado así en mi novela ‘El cuarto de atrás’. Jugábamos a tantas cosas en aquella plaza… a los dubles, a las mecas, al juego mudo, al monta y cabe, al escondite inglés, a chepita en alto…”.
La Plaza de los Bandos, donde se hallaba la casa de Carmen Martín Gaite, no es el único escenario de Salamanca que inmortalizó la autora de ‘Entre visillos ‘ en sus escritos. También el Casino , donde aprendió a bailar: “Los hombres que me gustaban se iban haciendo novios de otras. Aprendí a convertir aquella derrota en literatura”. Y la Plaza Mayor , que nunca pudo ver como un monumento, pero sí como un espacio del que se entra y se sale muchas veces al día.
“En la Plaza Mayor de Salamanca, las chicas paseaban en el sentido de las manecillas del reloj, mientras que los hombres lo hacían en el sentido contrario”, recordaba. Era la forma de tropezarse con la mirada de la persona deseada.
La Plaza Mayor es un buen lugar para tomar el pulso a Salamanca. Carmen Martín Gaite sentía fascinación por esos conventos de la calle de las Úrsulas donde nunca se podía entrar… “y por las callecitas en torno a San Esteban, al Patio de Escuelas , a la Torre del Clavero , por donde se deambulaba como fuera de tiempo, sin que los ojos dieran abasto para ver ni la imaginación para evocar”.
Cúpula de la catedral desde el patio de las Viejas Escuelas. Carmen Martín Gaite, ella lo decía, aprendió en Salamanca a andar por andar, a caminar sin prisa, trenzando la mirada con el paso. “Salamanca despierta al ritmo de mis pasos y sé que me reconoce, que guarda mi imagen, aunque no diga nada, como yo la suya. En eso se cimentan los amores eternos: en el secreto”.
La casa natal de Carmen Martín Gaite ya no existe. Vivía en el primer piso de una casa de tres plantas desde la que veía la iglesia del Carmen y posiblemente el Campo de San Francisco, el puente romano sobre el río Tormes, el Palacio de Anaya y las dos catedrales. Maravillas de Salamanca. “Aquí quisiera reposar para siempre”, dejó escrito la autora de ‘El cuarto de atrás’.
María Moliner, la filóloga y bibliotecaria que escribió a mano un diccionario. María Moliner y Zaragoza (1900-1981) Zaragoza nunca ha dejado de rendir culto a María Moliner. Fue una de las primeras alumnas del Instituto Goya , que durante mucho tiempo estuvo situado en la vieja Universidad de la Magdalena, un edificio que hoy ya no existe. Allí obtuvo la máxima nota y el Premio Extraordinario en la licenciatura de Historia y compartió clases con otros aragoneses ilustres, como Luis Buñuel o Ramón J. Sender. La casualidad quiso que, después de ser alumna en este centro de Zaragoza, volviera como maestra a las mismas aulas donde ella había asimilado velozmente sus conocimientos.
Catedral de Zaragoza. © Koalakoker María Moliner combinaba en Zaragoza sus estudios universitarios con su formación como filóloga y lexicógrafa en el Estudio de Filología de Aragón , donde aprendió un método de trabajo que le resultó muy útil para la redacción de su futuro “Diccionario de uso del español”. Una obra que, según Miguel Delibes, “justifica una vida” y que recoge todas las palabras del diccionario de la Real Academia Española, pero definidas por ella misma , con sus sinónimos, frases hechas, pronunciaciones y familias de palabras. Hasta que ganó las oposiciones al Cuerpo Facultativo de Archiveros y fue destinada al Archivo General de Simancas.
Biblioteca de María Moliner (Zaragoza) y busto en Paniza, su lugar de nacimiento. © Wikimedia En la actualidad, una céntrica calle, un instituto de educación secundaria y dos bibliotecas (la del Campus Universitario y la de la plaza de San Agustín) llevan en Zaragoza el nombre de María Moliner. Una mujer apasionada por las palabras que en la posguerra, como represalia del régimen, perdió 18 puestos en el escalafón del Cuerpo Facultativo de Archiveros y Bibliotecarios. Y que en 1972, después de ser propuesta como primera mujer académica de la Lengua por Dámaso Alonso, Rafael Lapesa y Laín Entralgo, la tomaron como una intrusa y su candidatura fue rechazada.
Un año después, los mismos académicos que habían vetado su candidatura como ‘académica de la Lengua’ le otorgaron el premio Lorenzo Nieto López “por sus trabajos en pro de la lengua”. María Moliner rechazó el galardón.