Coqueta, sensual, fuerte y maniatada por la tradición y la religión, la mujer bereber del Atlas marroquí es un ejemplo de supervivencia que ya gozaba de fama por su sabiduría y estrategia en la sociedad del Al-Ándalus.
La fuerza y alegría de la mujer bereber se desprenden de su mirada. El Valle de Ourika está situado en el Alto Atlas, Idraren Draren (Montaña de Montañas), que abarca desde las cumbres del Yebel Toubkal de más de cuatro mil metros de altura hasta las gargantas verticales del Dades y el Todra . Sus pueblos Tasselt, Tichki y Aït Ali, entre otros, se funden con la tierra de la que están hechos, tanto, que resulta difícil distinguirlos. El color de la tierra roja se vuelve verde cuando el óxido de hierro que la compone alterna con el óxido de cobre, convirtiendo el escenario en la paleta de un pintor que combina los colores con maestría.
La familia de Houssein Las vestimentas y las cámaras que llevamos atraen a los aldeanos. De una esquina del pintoresco pueblo de Tasselt sale una chica joven y guapa con un turbante amarillo cargando en la espalda un bidón de agua. Es Wardia, la hija de Houssein, el patriarca de los Ben Cherif que, una vez más, baja de la fuente del pueblo, a donde todas las niñas y mujeres acuden varias veces al día para abastecerse de agua las casas.
La familia saluda al convoy extranjero compuesto por hombres de pantalón corto y curiosas mujeres cámara en mano. Hacen preguntas insólitas y parece intrigarles lo que para ellos es normal, ya sea saciar la sed con té de hierbabuena, hacer su propio pan o no beber o comer hasta que la voz del muecín anuncie a las ocho y media de la tarde el término del ramadán por aquel día.
Los pueblos rojos del valle de Ourika se confunden con la tierra que los conforma. El hogar bereber Nos enseñan su hogar y nuestras habitaciones, una para las mujeres, otra para los varones. En la nuestra, los posters de la familia real se codean con innumerables cassetes de cantantes famosos y fotos familiares. Un cubo con agua está dispuesto a cualquier hora para lavarse las manos al lado de balcón que regala impresionantes vistas al monte. Nos ofrecen una sesión de hamman, a pesar de las tremendas dificultades que existe para conseguir agua; Tasselt es aún de los pueblos en los que hay que subir al arroyo –en otros pueblos vecinos, al menos, han construido una fuente en la plaza–.
Los ojos de color azabache de Jamâa, la mujer de Houssein, ríen y miran con fuerza. Lo mismo que su nieta Salima que, con sus cinco años, acarrea bidones de cinco litros y domina el suelo que pisa sin necesidad de palabras; sus gestos lo dicen todo.
Acompañamos a Jamâa a la cocina para intentar ayudar a preparar el cuscús, los tajines, amasar el pan o batir los zumos. Las cucharas y cuencos están fabricados con madera de boj y los botecitos de cristal de una estantería albergan las hierbas medicinales para la salud familiar. La cena está lista en el mismo instante que termina el Ramadán. Compartimos mesa en el patio de la casa; mientras la vaca asomaba la cabeza y asentía con sus mugidos y los sapos croaban a la luna que acababa de emerger tras los picos del monte.
Uno de los trabajos de la mujer bereber es recoger el forraje para alimento de los animales. Una más de las mil y una noches… Pasamos la noche –de poco dormir– comentando lo vivido, haciendo risas al vernos en una especie de harén donde las alfombras no mágicas son nuestro lecho y el dueño del harén, Houssein, en lugar de un tirano sultán es todo un caballero, buenazo y trabajador.
Gallos y cabras anunciaban un amanecer que traería nuevas experiencias. Como acompañar a Wardia a cortar hierba para los animales, saborear los crepes exquisitos que preparaba Jamâa untándolos con miel o aceite de oliva, o visitar la escuela del Corán donde los chicos aprenden a recitar sus escrituras. Un grupo de muchachos simpáticos y curiosos se asomaron del oscuro recinto al que acudían para su aprendizaje, mientras sus hermanas, madres y novias se ocupaban en casa de todo lo necesario y cotidiano.
El nivel de escolarización de las mujeres del Atlas es prácticamente nulo, aunque la mujer bereber sea la encargada de la educación casera de los hijos siempre dentro de los preceptos del Islam, representando el honor y la moral familiar.
Jamâa y Wardia preparan el pan de cada día. La casa de los Houssein es un hogar típico bereber, descendiente de una de las muchas familias bereberes , imazighen (hombres libres), la raza más antigua del África septentrional. Con lengua y cultura propias, emigraron a las montañas tras las invasiones árabes al Magreb, allá por el siglo VII. Enseguida se aprecia que quien da las órdenes es Jamâa y los demás obedecen.
Wardia tiene una sonrisa que alumbra el valle cuando se ríe con ganas al ver nuestra ineptitud a la hora de ayudarle a cortar la hierba que ella carga como si nada, trepando por los montes en los que ha nacido y propablemente vivirá toda su vida.
El matrimonio es el único destino de la mujer bereber que se promete, o la prometen, a temprana edad.
Al pasar por las aldeas, las mujeres vestidas con vivos colores y sin burkas (nada que ver que con la mujer árabe) vuelven la mirada desde la azotea. Aquí cuelgan la ropa o se asoman a las rejas de sus casas de adobe rodeadas de chiquillos para vernos pasar. Sus manos están encallecidas, muchas de ellas por el arduo trabajo de romper la semilla de argán para sacar su aceite; y su rostro tiene ya arrugas pero sus ojos siguen brillando con la ilusión de una mujer joven.
Salima espera nuestra vuelta en la puerta de su casa acompañada de amigas, somos la novedad. Su sonrisa pícara y la fuerza de su mirada habla de la mujer en la que pronto se convertirá. Su amiga Fátima, con apenas seis años, tiene los ojos cubiertos por un velo, algo que desgraciadamente la acompañará el resto de sus días.
Es envidiable su alegría genuina por la vida. Termina el Ramadán El ambiente de la casa es alegre y distendido. Las actividades de ese día se centran en la cena que dará por finalizado el Ramadán. El cuscús, las verduras, los panes y demás manjares están a cargo de las mujeres, aunque Houssein, el marido, será el chef que asará el cordero ayudado por sus hijos varones.
El hombre bereber, aparte de traer el pan a casa, tiene la obligación de colaborar. No solo ayudando de vez en cuando sino participando activamente en el hogar, a pesar de que pocas veces aparecen por la casa, pues frecuentan la plaza y el bar donde se reúnen a pasar el día.
La fémina bereber, al contrario de la mujer árabe, se integra activamente en las reuniones y eventos, y disfruta de ellos.
Crepes preparados para cuando termine el Ramadán. Aquel fin de Ramadán fue sonado y divertido. A los postres, comenzó la música que salía de instrumentos muy caseros como cubos, palos y cajas.
Las voces de preciosos cantos retumbaron en los montes del Atlas y la sensualidad con que Wardia y sus amigas bailaron al son de los curiosos tambores nos dejó con la boca abierta y el alma llena de alegría.
Lucha por los derechos de la mujer bereber Durante la cena se habló un poco de todo, inevitablemente llegaron las preguntas sobre el papel de la mujer, prácticamente inexistente, en los asuntos externos al hogar. En el mundo rural, las mujeres amazigh (bereberes) no hablan ni entienden de política y, si alguna vota, sigue los designios de su hombre, al que deben obediencia. El movimiento Voix de Femmes Amazighe lucha por los derechos de la mujer bereber, animando a inscribirse a las mayores de 18 años. Sin embargo, la falta de escolarización es un muro difícil de romper que incluye a la mayoría de las mujeres bereberes del Atlas.
De bodas y divorcios Wardia no se perdía ni un segundo de la conversación. Sus vivos ojos navegaban entre los unos y los otros y también entre las revistas que le dejamos enseñándole que hay otro mundo más allá de las montañas. Un mundo ajetreado, competitivo, que seguramente rompería esa alegría natural que se respira en los pueblecitos del Alto Atlas como Tasselt que, apenas a dos horas de Marrakech, guarda la cultura y tradición bereberes viviendo de la agricultura y el pastoreo.
Cuando pasamos vuelve curiosa la cabeza (Izq.). Desde pequeñas traen el agua del arroyo (Dcha.). La celebración de la boda Al hablar de su boda, que estaba al caer, con un novio que ella eligió libremente, musulmán por supuesto, adoptó un gesto travieso mientras su madre Jamâa nos explicaba los detalles. La dote ha pasado de ser una compra-venta a un regalo que la novia elije. Primero se firma el contrato matrimonial y, más tarde, viene la ceremonia en compañía de familiares y amigos.
Durante tres días se suceden diferentes celebraciones que incluyen la merienda entre las mujeres solteras tanto por parte del novio como la novia, algo así como una despedida de soltera . El día siguiente es cuando, por separado, la novia recibe por primera vez a la familia del novio y el novio a la de su cónyuge. La tercera y última jornada, se reúne por fin la pareja prometida en un evento que dura hasta la madrugada donde no faltan bailes, cánticos, emociones y mucha comida (nada de alcohol). Las familias se retiran y dejan a los recién casados consumar su matrimonio que antaño iba precedido de la constatación de la virginidad de la joven por parte de su suegra.
En la maestría y pormenor con que Jamâa se expresa, en su jerga llena de ironía y doble sentido, se ratifica la fama de la mujer bereber como gran narradora de leyendas y cuentos, gracias a la rica tradición oral que han heredado.
Sigue existiendo la poligamia, solo para el hombre por supuesto, siempre que lo consienta la primera esposa. Si bien, cada vez más, se considera un foco de problemas porque la complicidad entre varias mujeres puede debilitar la autoridad del patriarca…
El divorcio El divorcio, allí el repudio, está reservado a los hombres. La mujer jamás podrá repudiar a su marido, aunque sí puede pedirle que la repudie en el llamado «repudio por compensación», ya que debe alegar todo tipo de causas, ya sea maltrato, falta de recursos económicos o la ausencia de relaciones maritales. Y ya se verá…
El cortejo Hablando de bodas, preguntamos cuál es el proceso para encontrar pareja. Según nos contaron, una de las maneras es acudir al Mouseem en el pueblo de Imilchil en el Medio Atlas. Allí se celebra en septiembre una especie de feria donde los bereberes se abastecen de todo lo necesario para el invierno y donde buscan a su media naranja. Las mujeres se ponen especialmente guapas con capas de lana y joyas, y los chicos visten sus chilabas impecables. Antes era muy normal casarse con familiares pero ahora, igual que ha hecho Wardia, se pueden casar con quien prefieran.
Mujer cargando los fardos del trigo recién cortado. Dejamos con pena nuestra casa en el Alto Atlas para seguir camino entre los almendros, azaleas en plena floración y la imagen del trigo recién cortado que portean las mujeres doblándose, hasta casi besar el suelo, mientras el canto del muecín se pierde entre los montes del Valle de Ourika.
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Qué llevar Buen calzado, sombrero, cantimplora, crema solar, repelente de mosquitos, pastillas potabilizadoras de agua –por si acaso se termina el agua potable– y una bolsa con frutos secos, dátiles e higos que tienen un efecto mágico cuando el cansancio de la caminata arrecia.
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