Aún quedan rincones en el mundo donde sentirse un viajero único y especial. En Bolivia, a casi cuatro mil metros de altura, el lago Titicaca y la Isla del Sol te proponen un viaje fundacional a la cultura Inca, sabrosas truchas al plato y vistas infinitas. También visitaremos los imperdibles de Copacabana, una ciudad ribereña del Titicaca.
Imagen de la Isla del Sol, en el lago Titicaca. © Cris Aizpeolea “No contamines nuestro lago sagrado. Llévate por favor tu basura de aquí”. Con educación, pero sobre todo con carácter, el cartel al costado de la ruta por el lago Titicaca es casi una declaración de principios. Ya asoman por la ventanilla del bus las aguas azules del Titicaca, el lago navegable más alto del mundo, el que comparten Bolivia y Perú , el que parece un mar aunque esté encerrado entre las montañas a 3.800 metros del suelo.
Qué ver en Copacabana Llevamos dos horas y media desde La Paz, tiempo suficiente para incorporar la calma del paisaje del Altiplano y la Cordillera Real. Pronto cruzaremos en un lanchón el estrecho de Tiquina para llegar a Copacabana con destino a la Isla del Sol, maravilla natural y cuna del imperio inca. Pero conviene detenerse un par de días en “Copa Kawana” (mirador del lago, en aymara) porque la ciudad tiene varios imperdibles.
Basílica de la Virgen de Copacabana. © C.A. El principal es la Basílica de la Virgen de Copacabana , un majestuoso santuario de estilo renacentista con detalles moriscos. Su construcción se inició en 1601 y alberga en un camarín del segundo piso a la patrona de Bolivia. La imagen de la Virgen Morena es una de las más veneradas de Sudamérica y fue tallada trabajosamente en 1583 por Tito Yupanqui, descendiente Inca, que intentó acercar posiciones entre evangelizadores y originarios asumiendo que la colonización ya era un hecho consumado.
“La virgen tiene más de 300 vestidos de lujo que le regala la gente”, asegura Eduardo Olmo en uno de los puestos callejeros donde vende velas, rosarios, imanes, cuadritos y altares multicolores.
Vehículo adornado para ser bendecido. © C.A. Frente a la iglesia blanca, estacionados al rayo del sol, varios coches adornados con guirnaldas de flores naturales esperan turno para la “challa de movilidades”, una antigua tradición de origen andino que rige como una ley para los que estrenan vehículos. Para agradecerle y pedir su protección, le dedican su primer viaje a la Virgen de Copacabana. El sacerdote reza y los bendice ahumándolo con incienso mientras la gente riega los vehículos con cerveza como en un festejo de Formula 1. Hay rituales todos los días. Vale la pena verlo de cerca.
En el mercado municipal no hay que irse sin probar los buñuelos con aipi, un preparado dulce de maíz morado que se bebe caliente como una chocolatada. Otro paseo obligado.
Amanda Strätker, de La Cúpula. ©C.A. Dónde comer en Copacabana Copacabana tiene una calle llena de barcitos y restaurantes que ofrecen sopa de quínoa, una semilla muy nutritiva, y distintas variantes de trucha, todas deliciosas. De la amplia oferta hotelera elegimos La Cúpula , unas construcciones blancas que balconean al lago con un parque paradisíaco en el que “cortan” el cesped tres llamas enormes y lanudas. El lugar nació hace 27 años como centro cultural y fue cambiando a restaurante-hotel sin perder el entusiasmo por el arte, el respeto por el ambiente y la filosofía colaborativa. Lo fundó junto a su exmarido Amanda Strätker , artista y terapeuta antroposófica alemana y egipcia de origen, ya latinoamericana por adopción.
Fondue y otras delicias en La Cúpula. © C.A. “Me quedé en Copacabana cuando descubrí que aquí todavía hay algo original rescatado de otros siglos”, dice, mientras compartimos una fondue de pescado fresco en el salón comedor de ventanales de colores.
Un cortacésped ecológico. © C.A. Por su consejo, muy cerca de allí, abordamos al atardecer el sendero hasta la cima del cerro El Calvario. Lleva unos 50 minutos subir los 900 metros. Se entiende clarito la metáfora pero el esfuerzo se paga con las vistas de la bahía. Abajo, las embarcaciones parecen granitos de arroz.
Vista de los barcos desde el cerro del Calvario. © C.A. Un crucero en las alturas a la Isla del Sol Son las ocho y media cuando zarpamos del muelle de madera hacia la Isla del Sol. El servicio lo presta una asociación local que se mueve con espíritu cooperativo y precios unificados: $25 para la ida y $40 si es viaje redondo (algo más de 3 o 5 euros, según el caso).
Los salvavidas cuelgan del techo por cualquier emergencia aunque cuesta creer que pueda surgir un sobresalto en esas aguas tan mansas. Somos 23 pasajeros, la mayoría europeos y un par de norteamericanos. Solo un matrimonio español parece afectado por el “soroche”, el mal de altura. Van con los ojos cerrados, espiando a ratos los islotes de todos tamaños que desfilan a ambos costados. Algunos son tan pequeñitos que apenas admiten un árbol erguido en el centro. Otros tienen forma de tortuga y parecen peinados con un rastrillo gigante. Es un muestrario caprichoso y desconcertante.
Titicaca es el lago navegable más alto del mundo. © C.A. Navegamos en las alturas durante 90 minutos. A mitad de camino habrá una parada en la Isla de Luna que administran las 25 familias de la comunidad coatí. Con un guía local recorremos el Templo de las Vírgenes , del siglo XIV. Historia viva.
Se estruja nuestro corazón cuando imaginamos bajo los pórticos de piedra a las “ñustas”, mujeres elegidas, cuya belleza les costaba el sacrificio al servicio del emperador
Templo Iñakuyu o de las Vírgenes, en la Isla de la Luna. © C.A. El lago Titicaca, una tierra mágica Una leyenda cuenta que de las espumas de este lago azul brillante emergieron Manco Capac y su hermana-esposa Mama Ocilo para ir a Cusco, Perú, y fundar la civilización Inca. Luego volverían al Titicaca pero ya consagrados como gobernantes. Sus estatuas saludan en el ingreso del Jardín del Inca , en Yumani, al sur de la Isla del Sol. El vergel fenomenal confirma las virtudes de esa civilización para aprovechar el agua de vertiente.
Tendrás que subir 150 peldaños para llegar a la Fuente de la Eterna Juventud. © C.A. El pulso se acelera para subir los 150 escalones de piedra que desembocan en la Fuente de la Eterna Juventud. El agua es fresca, rica, reconfortante, y conviene llenar la botellita para seguir subiendo. Falta bastante para llegar al pueblo, siempre para arriba.
La altura, el esfuerzo, las permanentes escaladas, obligan a caminar despacio. El senderismo en esas condiciones agudiza el estado contemplativo de vistas infinitas que se abren hacia todos lados. Por las calles rústicas del pueblo veremos siempre algún burro, cargado si va subiendo, liviano si va bajando. La subsistencia en la isla depende de ellos y de la propia gente del lugar que camina doblada por el peso con algún bártulo atado en la espalda. Llevan y traen todo lo que vemos, usamos, comemos y bebemos en estos días.
Magdalena y sus hijas en la Isla del Sol. © C.A. Magdalena tiene 34 años y nació en la isla, igual que su padre. En la casa familiar sigue activo el mismo criadero de cuises (una especie de roedor) de cuando era chica y funciona un restaurante literario que sirve la sopa de chuño (papa deshidratada) más deliciosa del mundo. Es mamá de dos hijas tan conversadoras como ella y atiende un local de artesanías donde vende sus tejidos. “Aprendí sola, un día que vino un turista francés y me dijo que quería comprarme algo que fuera de mi trabajo y yo no supe qué decirle”, cuenta.
Despedida del lago Titicaca Las ruinas del Palacio de Pilkokaina y el conjunto ceremonial del mirador K’eñuani, al que se llega por un bosque de eucaliptus, son las dos atracciones arqueológicas fundamentales en esta zona.
Una comida con vistas en la Isla del Sol. © C.A. Otro trekking de satisfacción garantizada es el Mirador Pallakasa , con el lago en 360 grados y la silueta completa de la isla a nuestros pies. Son 12 kilómetros de largo donde conviven, no siempre pacíficamente, tres comunidades. El conflicto económico entre Yumani, Challa y Challapampa está en vías de solución pero todavía impide el paso de los turistas a la zona norte, donde están los principales templos.
Turismo comunitario en sentido literal, en la isla se paga por todo: $10 por día para transitar, $2 para usar un baño, $2 para embarcar, entre $5 y $15 por una visita guiada por los pobladores. Cultivan habas, papa y maíz pero el principal ingreso son las visitas. Comprendido el objetivo, todos pagamos con cierto gusto. Además, tampoco es tanto. Apenas un aporte para que esta maravilla siga viva. Y podamos volver algún día, ojalá.
Embarcadero del lago Titicaca. © C.A. CONSEJOS ETHERIA *Estos datos prácticos del viaje al lago Titicaca pueden variar en tiempos de pandemia. Compruébalos previamente.
Cómo llegar.
Desde la ciudad de La Paz, frente al Cementerio General, parten colectivos y minibuses a Copacabana. Entre las 6 y las 18 h. El viaje cuesta $20 (2,6 euros) y tarda cuatro horas. Como muchos otros servicios en Bolivia, salen a la ruta cuando completan el pasaje.
Dónde dormir.
Copacabana tiene una amplia oferta de hospedaje, desde albergues a hoteles categorizados. Probado y aprobado, La Cúpula , confortable, vistas al lago, ecofriendly , restaurante. Precio por noche habitación single, 16 euros. Doble, desde 25. No incluye desayuno. Conviene reservar.
En la Isla del Sol hay hoteles cerca del muelle de Yumani, pero conviene alojarse en el pueblo: el esfuerzo de la subida se compensa con las vistas. Habitación sencilla con baño privado y desayuno, desde 10 euros. Doble, desde 15. Conviene negociar en el lugar. El Ecolodge La Estancia ofrece exclusividad lejos de la civilización, 100 euros la doble.
Dónde comer.
La avenida 6 de agosto de Copacabana hilvana un restaurante con otro. Todos ofrecen menú de tres platos: entrada, plato principal y postre, a $25 (3,20 euros). La sopa de quínoa es un clásico. La costanera es un rosario de chiringuitos: cervezas y minutas para elegir.
En la Isla del Sol los restaurantes se concentran lo alto del pueblo, lo que garantiza vistas sublimes. Todos sirven trucha fresca con ensalada y arroz o papas fritas, $25. Veggies, y todos por favor, probar el “chairo”, sopa típica a base de verduras y “chuño”, papa deshidratada.
Barcos a la Isla del Sol.
Salen diariamente a las 8.30 y a las 13.30 h. Tarifa de ida, $25 (3,2 euros). Ida y vuelta, $40. Regreso desde la Isla del Sol a Copacabana, $30.
Consejo.
Para evitar el “soroche” (mal de altura) se recomienda estar muy bien hidratado (con agua) y andar con calma. Un dicho popular boliviano recomienda: “Caminar despacito, beber poquito y dormir solito…”
También te puede interesar… Ruta de 3 días por el Salar de Uyuni (y advertencias a tener en cuenta) .
Así es San Pedro de Atacama, la capital del ‘buenrollismo’ chileno .
Rosa María Calaf: “Soy una soñadora pragmática que ama ver, escuchar y aprender de lo distinto para contarlo después” .