Dicen de ella que es la más italiana de las ciudades de Cerdeña. Y es cierto. Cagliari tiene todas las cosas que una mujer viajera espera encontrar cuando visita Italia: vestigios de muchas culturas –ruinas romanas incluidas–, arquitectura renacentista en forma de elegantes palazzos, iglesias (muchas iglesias) y algo totalmente imprescindible: cocina con raíces. En ella estar a dieta no es una opción. Vistas desde el mirador de la Santa Croce. © Kris Ubach Primero y para entender a qué nos enfrentamos en este viaje a Cagliari con amigas subamos en primer lugar al majestuoso Monte Urpinu , la colina situada a medio camino entre el casco antiguo y las vecinas salinas del Parco Naturale Regionale Molentargius-Saline . Desde aquí, desde las alturas, viendo esa amalgama de casas apiñadas y callejones siempre en curva entenderemos que nuestra visita a Cagliari implicará mucho de ese (fantástico) perderse y encontrarse que ofrecen las ciudades que cargan con miles de años a sus espaldas. Bajemos pues a la tierra y arranquemos.
Salinas del Parco Naturale Regionale Molentargius-Saline. © Kris Ubach Il Castelo, imprescindible en Cagliari El epicentro de la acción está en el quartiere Il Castello , cuyo nombre nos da ya muchas pistas sobre lo que encontraremos en él. Este barrio se encaja, en efecto, dentro un espacio fortificado donde abundan las torres defensivas, los bastiones y las puertas de acceso intramuros. Durante seis siglos (se dice pronto) Il Castello no estuvo habitado por sardos sino por familias nobles e influyentes que procedían de otros reinos con más o menos poder sobre la isla. Por aquí pasaron pisanos y genoveses, catalanes y aragoneses, austríacos y saboyardos, y todos ellos fueron decorando la ciudadela según las modas de la época y de sus lugares de procedencia.
Entre las construcciones más reconocibles se alzan dos atalayas del siglo XIV, las Torres del Elefante y de San Pancracio que no solo protegían la ciudad, sino que servían para exhibir el horripilante muestrario de cabezas de los enemigos vencidos. En la parte alta del barrio los bastiones de Santa Croce y Sant Remy regalan vistas muy instagrameables de los tejados de Cagliari y de aquel mar por el que antaño llegaban los piratas.
Calle de Cagliari. © Kris Ubach Perdámonos… perdámonos en nuestro viaje a Cagliari con amigas por esas calles del centro medieval que se estrechan, se retuercen y se mudan en escalinatas o en pequeñas plazas a la sombra. Paseemos por esos callejones convertidos en improvisados jardines llenos de macetas, lugares que huelen a sopa y donde las motos circulan con inaudita precisión. Igual que sucede en la otra dama del sur, Nápoles (no te pierdas: 48 horas en Nápoles, la ciudad más canalla de Italia ), también aquí, a cielo abierto, los vecinos exhiben balcones llenos de ristras de tomates o de calzoncillos del abuelo. Autenticidad, desde luego, no falta.
Museo Archeologico Nazionale de Cagliari. © Kris Ubach Cagliari de puertas adentro Museo Archeologico Nazionale de Cagliari Pero el centro también cuenta con espacios públicos señoriales de arquitectura grandilocuente —ahí está la piazza Palazzo— y con locales muy chic, como el Caffè Degli Spiriti o el Caffè Libarium Nostrum donde los ristrettos (o los cócteles, según la hora) se sirven con vistas a la ciudad. Luego ya hablaremos del buen comer, pero antes alimentemos el hambre de cultura.
Para sumergirnos de lleno en la historia de la isla, conviene encaramarse hasta el Museo Archeologico Nazionale de Cagliari , situado en la “Ciudadela de los Museos”, un antiguo espacio fortificado que se rehabilitó para encajar varios espacios expositivos en su interior. En él se exhiben piezas de las diferentes culturas que habitaron Cerdeña, entre ellas la fenicia o la propia autóctona, la nurágica, que residió aquí en la Edad de Bronce. Y ya lo dijimos al principio: también de vestigios romanos se nutren los fundamentos de esta ciudad. Para verlos de cerca hay que acercarse hasta el Anfiteatro de Cagliari , que se ubica en Stampace, otro de los barrios históricos.
Catedral de Santa Maria di Castello, en Cagliari. © Kris Ubach Catedral de Santa Maria di Castello No hay ciudad italiana que no presuma de sus muchas iglesias, y Cagliari, por supuesto, no es una excepción. Por encima de todas destaca la catedral de Santa Maria di Castello que primero fue románica, después barroca y, por último, en 1930, adquirió la curiosa fachada neorrománica que podemos ver hoy. En su interior, además de los elementos habituales como capillas —una de ellas construida por la Corona de Aragón— altares, púlpito, etc… se esconden las criptas de la catedral. Su secreto Santuario de los Mártires atesora la friolera de 179 nichos que supuestamente contienen las reliquias de innumerables santos. El espacio subterráneo es una verdadera filigrana.
Y si queremos ver más iglesias, ahí están la de Sant’Antonio Abate, la de Sant’Efisio, la de Sant Michele… para gustos, los santos.
Pasta con mejillones, una delicia en Cagliari. © Kris Ubach Aquí se viene a comer bien: mercado de San Benedetto No olvidemos que esto es Italia y que aquí es preceptivo dedicar tiempo a las cosas del buen comer. Para conocer en un viaje a Cagliari con amigas los tipismos de la isla conviene visitar el mercado de San Benedetto que está ubicado en el barrio de mismo nombre.
Es toda una institución en Cagliari y lo certifican sus credenciales: tiene 8.000 m2 y presume de ser el mayor mercado cubierto de Europa. En él podemos degustar a pie de puesto los tan afamados mejillones locales que ¡ojo! aquí se comen crudos con limón, como las ostras. Y también comprar la muy preciada bottarga artesanal (salazón de huevas de pescado) una especialidad que ya consumían los habitantes del Mediterráneo en épocas pretéritas y que aquí, en Cerdeña, aromatiza muchas recetas locales. De hecho, hay muchas cosas comestibles en este mercado que podemos empaquetar para llevar a casa a parte de la bottarga.
Hay que dejar espacio en la maleta para los quesos de oveja DOP Fiore Sardo —probablemente la más exportada de las especialidades insulares— para esos panes que en Cerdeña son casi religión o para los vinos sardos, que son una herencia de los catalanes y aragoneses que hace ya siglos implantaron y fomentaron la viticultura en la isla. Apretemos, apretemos bien el equipaje y sigamos con las pastas frescas, los licores —el desafiante mirto — o los típicos y muy elegantes dolci di oliena , unos elaboradísimos pastelillos que parecen piezas de porcelana fina. Igual nos tocará pagar algo de exceso de equipaje.
Una bonita calle de Cagliari. © Kris Ubach CONSEJOS ETHERIA Dónde comer en Cagliari Cagliari cuenta con varios restaurantes de cocina autóctona que bien merecen una reserva y, también, echarse la siesta después.
Su Tzilleri e su Doge . Regentado por el chef local Claudio Ara es, probablemente, el mejor lugar en Cagliari para conocer la gastronomía tradicional isleña. Sirven recetas de toda la vida en pequeñas raciones como la tagliata di sardo modicana (carne de buey de raza local) o el popular mazzamurru a base de pan, queso y tomate.
Impasto . Dedicado a tres de los tótems de la cocina italiana: la pasta, la pizza y el pan, hechos, por supuesto, en hornos de leña a la vista de los comensales. El plato estrella de la casa —con perdón de las pizzas— es la pasta tonnarelli con mejillones, queso pecorino y menta.
Paseo marítimo de Cagliari. © Laura Lugaresi No te pierdas en Cagliari… El Parco Naturale Regionale Molentargius-Saline , incluido en la Convención de Ramsar y en la Red Natura 2000 por su elevada presencia de aves acuáticas. Sus habitantes estrella son los flamencos , conocidos en sardo como mangone , quienes llegan por miles todos los años y se instalan en las balsas de las antiguas salinas de Cagliari para nidificar. Existen varios itinerarios para recorrer la zona a pie o en bicicleta, entre ellos está el sendero de las Salinas de Cagliari (3 kms) o el de Bellarosa Maggiore (4 kms) que parten del centro de información del parque.
Más información Turismo de Cerdeña .
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