Sania Jelic prosigue su viaje por Centroamérica y llega a Guatemala, donde descubre el vibrante colorido de Antigua y Chichicastenango. También se acerca al lago Atitlán, un lugar único en el mundo rodeado de pueblos pintorescos y con una interesante cultura. Sigue leyendo para descubrir todos los detalles y consejos de esta gran mujer que viaja sola tras la jubilación.
Sania en tuk-tuk en San Juan de la Laguna, en el lago Atitlán. © Sania Jelic No estaba segura de si iba a poder incluir Guatemala en mi viaje por Sudamérica y Centroamérica y estoy muy feliz de haberlo hecho. El colorido del país se me quedará en la retina para siempre. Y también la pena de no haber comprado apenas nada en los mercados artesanales.
Un poco de historia y geografía Empecemos con algunos datos para situaros: Geográficamente, Guatemala está situada en el denominado “Cinturón de fuego” y tiene una elevada actividad sísmica. Por suerte, desde 1976 el país no ha sido azotado por un terremoto de gran intensidad. Su territorio, con una rica biodiversidad, tiene salida a los océanos Pacífico y al Atlántico.
Sus 18,6 millones de habitantes hablan 23 idiomas mayas, el español y el garífuna. El 44 por ciento de la población es indígena y vive casi en una sociedad independiente, donde se aplican sus leyes y normas.
Su historia tiene episodios de violencia y, aunque el momento actual es pacífico, la población parece desencantada con los políticos. Dicho eso, la tradición artística y tejedora es impresionante. Tiene cierto parecido a la artesanía de otros países de la región, sólo que aquí parece que forma parte del día a día.
La riqueza cultural de Guatemala queda demostrada en sus tres reconocimientos de la Unesco: la ciudad de Antigua , el yacimiento arqueológico maya de Tikal y las ruinas Quiriguá .
Mujeres mayas en Antigua. © SJ Qué visitar en Guatemala Antigua la bella Aterricé en la capital de Guatemala ya de noche y, como el objetivo era llegar a Antigua, busqué traslado. No resultó sencillo pero encontré un Uber que me llevó hasta allí. La distancia era de 25 kilómetros y tardamos unos 45 minutos. He de confesar que ha sido la única vez que he pasado miedo en un coche. La carretera tenía curvas, había dos carriles en ambos sentidos, no estaba iluminada y apenas se veía algo. Además, los coches allí suelen llevar un protector solar bien oscuro y, a veces, parecía que flotábamos encima del asfalto porque no se veía ni de lejos el borde de la carretera.
Coincidimos en el trayecto con un grupo de unas cincuenta motos, pilotadas por jóvenes que se suelen divertirse los viernes por la noche haciendo el recorrido de montaña… Esto hizo que llegase a Antigua con la adrenalina a tope. El ambiente no podía ser más animado, había gente en las calles, se escuchaba música de discotecas donde la juventud hacía cola para entrar y, sobre todo, se sentía mucha normalidad en el ambiente.
Sania en Antigua. © SJ Un pasado movidito La ciudad de Antigua ha sido devastada varías veces por terremotos y sus actuales 50.000 habitantes lo tienen bien presente. Su nombre se debe a que fue abandonada por los poderes políticos y eclesiásticos después de que fuera destruida por sucesivos terremotos en el siglo XVIII. Aun así, por su belleza y herencia colonial y eclesiástica fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Cada uno de sus rincones es, realmente, un lugar privilegiado.
Las procesiones de Semana Santa de Antigua son uno de los acontecimientos con mayor atractivo turístico de Guatemala. Para verlas hay que reservar hotel con mucha antelación.
Bien preparada para el turismo Entre la gran variedad de alojamiento de Antigua destacan las encantadoras mansiones coloniales y los claustros convertidos en hoteles ..De hecho, la ciudad sería muy buen destino para viajes de incentivo porque entre la buena oferta hotelera, la excelente gastronomía y la calidad de servicio, además de excursiones interesantes (el volcán activo Pacaya y Acatenango, el mercado de Chichicastenango y el lago Atitlan), reúne todos los ingredientes.
Tejido típico de Guatemala. © SJ Moda maya, más que una vestimenta La tradición tejedora en Guatemala es parte del legado maya, de su arte, cultura y religión. Para la elaboración de telas se utilizaba el algodón y tintes naturales y se tejía en el telar de pie o telar de cintura.
Cada comunidad indígena cuenta con un diseño propio y diferenciado lo que les ayuda a identificarse mutuamente. Las tejedoras se esmeran en armonizar los colores y diseños para que luzcan de forma artística. Son las mujeres las que principalmente siguen llevando las prendas tradicionales: el huipil (una blusa con ricos bordados), una falda bordada de diferentes longitudes, faja o cinturón y sandalias. Hay atuendos para ceremonias, el día a día y ocasiones especiales.
Como las prendas tradicionales tienen un precio muy elevado, las chicas jóvenes suelen llevar la vestimenta “moderna”. La ropa de segunda mano, procedente de donaciones europeas (conocida como “paca”), es muy asequible.
Atuendos tradicionales mayas. © SJ Protección de la tradición tejedora Desde 2011 se trata de proteger la tradición tejedora de las comunidades indígenas de Guatemala a través de propuestas como la creación de escuelas para la próxima generación de tejedoras que preservarán el valor de este arte. El Movimiento Nacional de Tejedoras Mayas , que reúne treinta cooperativas tejedoras de dieciocho comunidades lingüísticas, ha pedido protección legislativa que otorgue a cada comunidad maya la propiedad intelectual colectiva de sus diseños tradicionales. De hecho, creo que deberían estar reconocidas como Patrimonio inmaterial de la Unesco. Espero que tengan éxito porque las prendas son auténticas obras de arte.
Chichicastenango Un animado mercado El mercado de la ciudad de Chichicastenango, que se celebra los jueves y domingos, es uno de los más recomendables para admirar el arte guatemalteco. Es una excursión que suele realizar desde Antigua.
Entre sus cientos de puestos, es un auténtico reto elegir algo para comprar. Me detuve en uno para llevarme un estuche para el móvil … ¡pero todos eran bellos! Al cabo de unos diez minutos yo seguía ahí, deliberando. Los hijos del tendero se juntaron a mi alrededor y estaban a carcajada limpia de “la señora que no podía elegir”. Al final terminamos probándonos todos la ropa, intercambiando bolsos y estuches del mostrador e improvisamos un desfile de moda, para deleite del público y los tenderos. Cuando me fui, los niños me siguieron para regalarme caramelos… A veces hay que dejarse llevar y sacar la niña que llevas dentro.
Cementerio de Chichicastenango. © SJ El colorista cementerio El cementerio de Chichicastenango es otra de las visitas imprescindibles. Aunque puede sorprender en un primer momento que tengas uno tonos tan alegres, existe una tradición que señala que los colores de las tumbas son asignados en función del papel del difunto en la familia: el blanco para la pureza, el turquesa para la protección, el amarillo para el sol y la humanidad… En el camposanto también se celebran los rituales funerarios mayas. Mientras grababa un vídeo para subir a Instagram salió un perro detrás de una tumba. Los dos brincamos, “gritamos”, y salimos corriendo en direcciones opuestas. En fin, la muerte incluso puede ser divertida y colorida. Y desde Chichicastenango el camino sigue al lago Atitlán.
Lago Atitlán Por el entorno del lago, uno podría pensar que se encuentra en Suiza si no fuera por los volcanes, las lanchas con horarios aleatorios y el ritmo relajado. ¡Sin olvidar a la deidad de Maximón al que hay que llevar bebidas alcohólicas y tabaco!
¡Aquí hay de todo! Buceo, kayak, visitas a los cafetales y granjas de abejas, trekking, masajes Ayurveda y sesiones con ayahuasca. Conciertos, clases de pintura, comunidades locales mezcladas con grupos de expatriados jóvenes y no tan jóvenes, ritos religiosos mayas y de otros tipos. Hay para todos los gustos y los bolsillos.
El lago Atitlán. © SJ El lago Atitl´án es un gran cráter que se encuentra rodeado por tres volcanes, “Los tres gigantes”. Tiene una extensión de 18 kilómetros de largo y a sus orillas se asoman una decena de poblaciones. Estas localidades se pueden visitar en un viaje organizado o en lancha regular, saliendo desde Panajachel o algún otro pueblo, aunque hay que prestar mucha atención a los horarios para poder combinar varios pueblos en un día.
Los pueblos del lago Atitlán El primer día en el lago Atitlán elegí San Marcos, San Juan y San Pedro, y el día siguiente, Santiago y Panajachel. Los pueblos son muy diferentes entre sí por lo que no corres el riesgo de confundir uno con otros. San Marcos , por ejemplo, es conocido como el “poblado hippie”, y dispone de una amplia oferta de servicios dedicados al bienestar físico y mental. San Pedro , por su parte, es muy popular entre los jóvenes por su gran oferta de ocio.
En San Juan de la Laguna , a pesar de ser turístico, noté más la presencia de la artesanía local: pequeños talleres de telares, cría de abejas que no pican pero que elaboran una miel exquisita, producción de chocolate, productos de herbolario… Además de la pesca tradicional. Es muy recomendable hacer el recorrido en tuk-tuk que ofrecen los mismos conductores/guías en el muelle a la llegada. Por unos 80-100 quetzales (9-11€) el guía te lleva durante varias horas a los diferentes talleres, a los lugares más bellos del poblado e incluso te puede dejar en San Pedro, para no esperar la lancha y así aprovechar la bella panorámica.
San Juan de la Laguna. © SJ En Santiago Atitlán , que tiene unos 45.000 habitantes, el legado maya es muy visible. Muchos de sus vecinos son de origen zutuhil y se dedican a la agricultura y a la artesanía. Una de sus tradiciones es el uso del tocoyal , un atuendo típico que suelen llevar las mujeres zutuhil y que consiste en una delgada cinta de entre 16 a 21 metros de largo. Esta cinta se emplea para rodear la cabeza veinte veces, los que significa la continuidad de la vida. Su importancia es tal que incluso está representada en la moneda nacional de 25 centavos. Los interesados pueden visitar un taller y pagar para hacerse una foto con el tocado.
La adoración a Maximón La veneración de Rilaj Maam (el “Gran abuelo”) es muy común en Santiago Atilán. Esta deidad, conocida como Maximón, representa a un brujo o ser sobrenatural (nahual) al que consideran un “gran protector” porque cuenta con el poder de intermediar entre lo divino y lo terrenal. Según la tradición, es un árbol de tz’atel, conocido como “palo de pito”, muy común en Centroamérica, de donde los escultores tallaron su figura. Esa sinergia entre la religión maya y la católica la representaba San Simón, el apóstol de Cristo.
Adoración a Maximón. © SJ El principal poder de Maximón es el de curar pero también ayuda a atraer el amor, proteger contra el peligro, tener éxito en los negocios, etc. Su figura se exhibe en una casa privada que se elige cada año (de noviembre hasta mayo). Esa capilla improvisada se puede visitar, dejar ofrendas de alcohol, tabaco, dinero o comida y se ofrece una donación simbólica de 5 quetzales. Sinceramente, cuesta un poco mantener la cara seria observando a hombres adultos venerando a su deidad con botellas de cerveza y cigarrillos encendidos, en un ambiente que más se parece a un bar lleno de humo. Pero, sin duda, debe ser cuestión de percepción…
Subida al volcán San Pedro Desde Santiago se puede emprender el trekking al volcán San Pedro. La subida no es para principiantes, pero la panorámica del lago desde ahí es espectacular. Además, al haber tal diversidad de flora y paisajes, el camino es ideal para observar aves.
Sania en el lago Atitlán, un lugar mágico. © SJ A lo largo de la orilla del lago se pueden ver diferentes tipos de alojamientos, desde grupitos de cabañas, hasta villas aisladas. El lago más profundo de Centroamérica tiene mucho que ofrecer. En los diferentes pueblos se están formando grupos de expatriados y jóvenes que han decidido quedarse ahí una temporada. Será interesante ver cómo se desarrolla la región. Ojalá sepan mantener el equilibrio.
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