La ruta de los pueblos blancos de Cádiz deslumbra con sus calles retorcidas y empinadas, sus buganvillas y geranios por doquier, fuentes donde el agua brota helada y un entorno declarado Reserva de la Biosfera. Y esto es sólo un adelanto de la cultura, la historia y la gastronomía que te espera en estas doce perlas.
Setenil de las Bodegas. © Pepa García Actualizado 11/ 2023 No por conocida, la Ruta de los pueblos blancos de Cádiz deja de sorprender cuando se visita por primera (o enésima) vez. Este demandado itinerario turístico está integrado por diecinueve poblaciones que guardan rasgos similares pero donde cada localidad ofrece un carácter único. Como pequeñas pinceladas blancas motean la Sierra de Cádiz, algunas al abrigo de la Sierra de Grazalema, y otras como Vejer de la Frontera más allá de la ruta tradicional serrana.
¿Cuáles son los pueblos blancos más bonitos de Cádiz? En este recorrido que os proponemos en Etheria Magazine no abarcaremos todos los municipios pero sí justificaremos por qué cada uno de ellos es una visita interesante para cualquier viajero. Esta selección recoge aquellos que consideramos los pueblos blancos más bonitos de Cádiz, priorizando los de la sierra gaditana.
Setenil de las Bodegas Setenil de las Bodegas forma parte de la ruta norte de los pueblos blancos, junto a Alcalá del Valle, Olvera, Torre Alháquime, Algodonales, Arcos de La Frontera, Bornos, Espera, Villamartín y El Gastor. Es fácilmente reconocible porque su entramado urbano, declarado Conjunto Histórico Artístico, se halla en contacto con la roca, a veces bajo grandes moles de piedra, otras integrado o por encima de las mismas. En un paseo por sus calles es aconsejable detenerse para admirar su fortaleza medieval y subir a la Torre del Homenaje. Las calles Cuevas de Sol y Cuevas de la Sombra son especialmente curiosas porque se camina directamente bajo la piedra. Sigue las indicaciones de los miradores que vayas encontrando porque las vistas son impresionantes, tanto del pueblo como del entorno.
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Alcalá del Valle. © Pepa García Alcalá del Valle Alcalá del Valle es una de las localidades más discretas. Incluso en agosto no encontrarás muchos atascos ni turistas. Merece la pena visitar la iglesia de Santa María del Valle, con una fachada barroca escalonada, y los Dólmenes del Tomillo, un conjunto megalítico con un tipo de menhir que es único en la provincia.
Vistas desde las murallas de Torre Alháquime. © Pepa García Torre Alháquime Su nombre ya nos da una pista de su pasado musulmán. Torre Alháquime representó una pieza importante en la frontera entre el Reino de Granada y el castellano. Conserva restos de la muralla de su fortaleza medieval de la época nazarí. En la parte más alta, sobre las murallas, se sitúa un parque que ofrece las mejores vistas de Torre Alháquime y de la parroquia de Nuestra Señora de la Antigua. Su historia también está muy ligada a los bandoleros, aquí nació un hijo del legendario José María El Tempranillo. Quizás no es la localidad más visitada de esta zona pero merece la pena incluirla en tu ruta de los pueblos blancos de Cádiz.
Panorámica desde la fortaleza de Olvera. © Pepa García Olvera Coronada por un impresionante castillo y por la iglesia de Nuestra Señora de la Encarnación, Olvera es una de las poblaciones más exquisitas de la sierra. En su laberíntico trazado de calles empinadas, declarado Conjunto Histórico Artístico, hay lugar para casas palaciegas, iglesias y arquitectura popular. No dejes de subir a la fortaleza, ya que las vistas son excepcionales. Para tapear o comer un bar recomendable es Juanito Gómez (Calle Bellavista, 1), que sirve una comida casera a buen precio.
Zahara de la Sierra. © Pepa García Zahara de la Sierra Zahara de la Sierra es uno de los perfiles más reconocibles de la ruta de los pueblos blancos. En este caserío que se desparrama con gracia por la ladera de una colina se puede distinguir su castillo del siglo XIII y la torre del Homenaje. En Zahara de la Sierra es aconsejable combinar el placer de pasear por sus calles y disfrutar del ambiente de sus terrazas, con el de practicar algún deporte en el embalse Zahara-El Gastor y darse un baño en la playa artificial del área recreativa Arroyomolinos.
Iglesia de Algodonales. © Pepa García Algodonales Algodonales es un municipio imprescindible para los amantes de los deportes aéreos, ya que la Sierra de Líjar ofrece condiciones idóneas para practicar parapente, ala delta o vuelo en ultraligero. Otras propuestas activas son el senderismo, la escalada, el puenting, la espeleología y el piragüismo (en el río Guadalete que atraviesa Algodonales). Por supuesto, también hay que visitar el núcleo urbano y probar algunas de sus recetas típicas, como el potaje de tagarninas, el gañote, los pestiños y la pasta flora.
Grazalema. © Pepa García Grazalema Grazalema es uno de los pueblos más conocidos de la ruta, o el que más, por su arquitectura popular y su bonito casco urbano (declarado Conjunto Histórico) y porque, curiosamente, siempre se menciona como el lugar con el índice pluviométrico más alto de la Península. Su joya patrimonial es la Iglesia de Nuestra Señora de la Aurora. Grazalema, en el centro del Parque Natural Sierra de Grazalema , también es un punto habitual de partida de las rutas por el entorno. Si te apetece comprar algún recuerdo, este es un buen lugar para adquirir auténticas mantas de lana de oveja. Si la visita coincide con la comida no dudéis en pedir algún plato de caza, cordero o conejo de campo.
Calles de Villaluenga del Rosario. © Pepa García Villaluenga del Rosario Siendo el pueblo más alto de la provincia y estando enclavado en un macizo rocoso, no resulta extraño que Villaluenga del Rosario sea el favorito de los amantes de la espeleología (tiene 80 cuevas y tres importantes simas). Si no eres muy de deportes, tranquila, es perfecto para pasear por sus callejuelas, visitar algunas de sus iglesias y curiosear en su poligonal plaza de toros (la más antigua de la provincia). Si ya tenías en mente comprar queso, este es el lugar. Los quesos artesanos de cabra payoyo de Villaluenga (payoyo.com) son los más reconocidos. No pierdas tampoco la oportunidad de probar la perdiz en salsa campera, el conejo almendrado o la torta de chicharrones.
Calle de Benaocaz con la parroquia al fondo. © Pepa García Benaocaz Pequeña y coqueta, Benaocaz tiene el tamaño justo para un paseo relajado y para probar alguna de sus especialidades. Camina sin rumbo fijo por el Barrio Nazarí , identificado con placas de barro, y descubre decenas de rincones donde los vecinos se esmeran en ofrecer un espectáculo floral. Las casas encaladas contrastan con otras que exhalan un aire de nobleza y señorío dieciochesco. En sus inmediaciones se encuentra la calzada romana que unía esta población con Ubrique, un paseo natural muy recomendable.
La principal actividad de Ubrique es la elaboración de objetos de piel. © Pepa García Ubrique Ubrique es uno de los nombres que resultan más familiares, bien sea por el popular torero Jesulín de Ubrique o porque aquí se realizan infinidad de complementos de piel. Su origen romano lo atestigua la calzada romana que mencionábamos en el pueblo anterior y el valioso yacimiento de Ocuri, un ejemplo de carácter funerario muy escaso en la Península. Y su pasado árabe se percibe en el entramado, en sus construcciones y almazaras.
En Ubrique al placer de pasear por su precioso casco urbano, repleto de fuentes cantarinas, se une el de descubrir su patrimonio religioso y el de emprender rutas cercanas (la Nava de la Merga, el Callejón de las Mocitas, el Peñon del Berrueco). Por supuesto, no hay que desaprovechar la ruta de los pueblos blancos de Cádiz para ir de tiendas en Ubrique. Aquí se pueden comprar artículos de excelente calidad a buen precio (en sus talleres se realizan los complementos de las mejores firmas internacionales).
Arcos de la Frontera. © Pepa García Arcos de la Frontera Considerado la puerta de entrada de la Ruta de los Pueblos Blancos, Arcos de la Frontera es uno de los pueblos más bonitos de la provincia. Sus calles empinadísimas, los arcos que cruzan las vías, sus decenas de viviendas señoriales, las bellas iglesias de Santa María y de San Pedro, sus conventos, capillas… y decenas de recovecos lo convierten en una joya monumental que merece ser recorrida en una visita guiada. A pocos kilómetros se encuentra el lago de Arcos, un lugar tradicional para realizar deportes acuáticos. No dejéis de probar alguno de sus platos ‘de huerta’ como la alboronía, el potaje de acelgas, los alcauciles rellenos o el típico ajo molinero. Y si os va lo dulce, las pastas de las monjas mercedarias son una delicia.
Patio de Vejer de la Frontera. © Pepa García Vejer de la Frontera Esta población no forma parte de la tradicional Ruta de los pueblos blancos de Cádiz pero no está de más contemplarla en último lugar antes de comenzar otra ruta por la costa gaditana . Vejer está encaramado en una colina y rodeado por una muralla irregular que se adapta al trazado, en ella se abren cuatro puertas y se elevan dos torres (la del Mayorazgo y la de la Corredera). En una visita, además de callejear, también se deben incluir los magníficos patios repletos de flores y algunas de las casas palaciegas. Si buscas algo original apúntate a alguna de las rutas cantadas y animadas de Marimantas . No dejes de probar el lomo en manteca, el morcón, la morcilla o la carne de retinto.
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